Murcia

Apocalípticos y entregados por Miguel Á Hernández

La Razón
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Uno de los problemas con los que nos tenemos que enfrentar constantemente los profesores de arte contemporáneo es el de la resistencia de los alumnos al arte contemporáneo. Todos los años, las mismas cuestiones: «eso no se entiende», «eso lo hace un niño chico», «pues yo lo miro y no me dice nada» o, directamente, «qué poca vergüenza». Se trata de una serie de mitos y lugares comunes en torno al arte contemporáneo que han calado tan fuerte en la sociedad que es casi imposible derribar.
Lo que les digo es siempre lo mismo: el arte –y no sólo el contemporáneo– es algo que no se aprecia sólo a través de la mirada, sino que requiere una lectura atenta y una puesta en contexto –teórico, histórico y artístico– de lo que se está viendo. Si no, no nos enteramos de la misa la mitad. Y digo esto consciente de que, frente a los apocalípticos, que desconfían del arte contemporáneo y se resisten a él, están también los integrados, que se entregan al arte ciegamente y se pasean por el museo o la galería –o la feria, que llega ARCO– sin entender nada, intentando adquirir al final una especie de capital simbólico y diferencia cultural que los eleve del resto del pueblo y les confiera un estatus «distinguido».

Tanto una como otra postura, la de los escépticos y la de los creyentes, están basadas en una confusión radical: que el arte entra por los ojos. Y es que, si bien es cierto que lo percibimos a través de la vista –eso no se puede negar–, como sugiere Antoni Muntadas, «la percepción requiere participación», y esa participación del espectador no es otra cosa que una visión activa, interrogante, que pregunte a la obra por qué, para qué, desde dónde, por qué así, por qué aquí y por qué ahora.