Novela

Los cafres

La Razón
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Auno de Valencia le han caído dos años de cárcel por dejar ciega a su mujer. Poco me parece para el cafre, que, como le molestaban los ronquidos de su esposa, le arreó un tortazo que le saltó el único ojo bueno que la pobre tenía: el derecho lo había perdido en un accidente y lo tenía de cristal. A otro cafre, éste de Barbate, lo sientan en el banquillo por agredir a su novia. Y así todos los días.
En Colombia, mi segunda patria, más concretamente en Casanare, un cafre más, de los muchos que andan sueltos por el mundo, ha fundado un movimiento machista que promueve la violencia hacia la mujer, asegurando que una «palmadita» bien dada forma mucho y que los hombres han perdido algunos privilegios como la figura del adulterio, que la fidelidad es sólo para las mujeres, que nadie quiere a una mujer que ha tenido varios hombres y, como colofón, que hay que saber golpear para no dejar huella y educarlas al gusto masculino. Me imagino que cuando estos y otros cafres se enteran de noticias de un ojo saltado, de una fémina muerta a manos de su novio, marido o amante, brindarán como lo hacen los etarras cuando un guardia civil, un militar, un policía o un viandante muere por los tiros en la nuca o donde fuere que tan cobardemente han venido asestando desde tiempos en que algunos éramos todavía niños de Primaria.
En definitiva, ¿no es el machismo una forma de terrorismo? Tan cobarde es lo uno como lo otro, tantos muertos o lisiados ocasionan lo uno como lo otro. Llamemos a las cosas por su nombre y dejémonos de eufemismos.