Crítica

DiDonato es la estrella

Flórez y Joyce DiDonato, en uno de sus mano a mano
Flórez y Joyce DiDonato, en uno de sus mano a manolarazon

«La donna del lago»De Rossini. Intérpretes: Juan Diego Flórez, Joyce DiDonato, Daniella Barcellona, Colin Lee, Simón Orfila. Orquesta y Coro de la Ópera Nacional de París. D.musical: Roberto Abbado. D. de escena: Lluis Pasqual. Palais Garnier, París. 18-VI-2010.

Flórez es un artista que ni pintado para la parte de Giacomo V, encomendada en el estreno a Giovanni David, un tenor contraltino, claro. Flórez mantiene esas esencias, aunque, de acuerdo con la técnica moderna, alcanza las alturas a plena voz. El cantante de Lima fraseó a flor de labio el aria «Fiamma soave». Su nítida dicción se introdujo en los entresijos de una partitura de 1819, no maestra pero sí muy interesante, del Rossini militar-pastoril, en la que la melodía manda y en la que hay exigentes solicitudes del más rancio belcantismo.Magistral en los trinosSin embargo, la triunfadora de la noche fue Joyce DiDonato. Es ahora mismo una mezzo muy lírica, de agudo fácil y coloratura rutilante, que regula y apiana, resulta firme en los ataques y magistral en los trinos, bien que no posea el metal, la penetración ideales. Correcto, con agudos a veces fulgurantes, entre plenos y afalsetados, pero un canto algo errático, Lee; solvente, sin más, Barcellona, en el papel travestido de Malcolm, y contundente Orfila, un bajo-barítono siempre eficaz.La ópera no deja de tener un lirismo que podríamos llamar paisajístico y que desarrolla un mal libreto de Tottola, algo absurdo a veces y falto de coherencia, pero que atesora una notable sencillez de fondo. La batuta de Roberto Abbado no es precisa ni evocadora, pero tiene un probo sabor artesanal. Gobernó a una orquesta y a unos coros que casi nunca alcanzaron la eficiencia perseguida, faltos de exactitud y de empaste.

 

No nos satisfizo el montaje de Pasqual, excesivamente alambicado y retórico, que intentó ver un trasfondo donde lo único que hay es una narración simplona y encantadora. Una escenografía muy propia de Frigerio, con un omnipresente anfiteatro neoclásico, ciertos detalles de un simbolismo poco convincente y la utilización de una coreografía redundante no mejoraron el panorama, en el que el coro, inmóvil, al modo griego, vestía de etiqueta.