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La excepción de una exiliada

Su padre fue ametrallado por ETA, dejó el País Vasco y ahora ha regresado sola a San Sebastián, aunque siente que los pocos que han vuelto no son queridos. «Estamos dando pasos atrás», dice de las elecciones vascas del próximo domingo

Carlos Ruiz Cortadi se marchó del País Vasco para salvar su vida y se instaló en Madrid. Como casi todos los exiliados, no va a regresar, ya ha rehecho su vida
Carlos Ruiz Cortadi se marchó del País Vasco para salvar su vida y se instaló en Madrid. Como casi todos los exiliados, no va a regresar, ya ha rehecho su vidalarazon

San Sebastián, a mediados de los 70, era para Aurora era la ciudad donde estaba creciendo, feliz y preocupada, la ciudad donde comprendió que para llevar una vida tranquila era más útil una mentira que la sinceridad. Su padre era militar. «Que tu padre sea un cerdo no significa que tú también lo seas», le decían en los bailes a los que iba con sus amigas. Cuando alguien llegaba corriendo avisando de que se había cometido un atentado, ella temía oír a continuación el nombre de su padre. Tenía pesadillas y una noche soñó con una claridad que todavía le asusta. En su sueño su padre era ametrallado. En la realidad, a finales de los 70, en San Sebastián, su padre, fue ametrallado. Sobrevivió, pero Aurora, una de sus hijas no lo ha podido olvidar nunca.

San Sebastián fue la ciudad donde pasó la juventud, la madurez, donde vivió escondiendo la profesión de su padre, pero también el lugar en el que conoció a su marido, un inspector de Policía. Una hija de un militar, casada con un inspector de Policía. Dos en uno. No iba a ser fácil la vida.

Lo que les sucedió después es lo que le pasó a mucha gente. Un día los avisaron de que estaban en la diana, que lo mejor para ellos era marcharse sin hacer mucho ruido. Muchos amenazados se fueron, otros aguantaron, otros fueron asesinados. Es difícil calcular las cifras de la emigración provocada por la banda terrorista. Conocer si todos los que se fueron eran amenazados o a los que habían matado a un familiar o estaban incómodos con la situación o que, sin más, querían ganarse la vida en otro lugar. Algunos cálculos hablan de hasta 40.000 personas, otros lo suben hasta 150.000. Y hay quien lo niega. Como si una sola huida no fuese una tragedia. «Ningún caso es comparable. Todos son singulares. Yo te cuento el mío –asegura el antropólogo Mikel Azurmendi–. Me fui porque tenía miedo».

El derecho a voto
El domingo que viene se celebran elecciones autonómicas en el País Vasco en las que ETA está en retirada y no hay muertos. Los exiliados a la fuerza no podrán votar. «Está votando la tercera generación de gente que se marchó a América, que no sabe español y los exiliados no pueden ejercer su derecho», explica Azurmendi. Para ejercerlo les dicen que tienen que volver, que la situación ya no es como antes.

Pero ha pasado demasiado tiempo. Se marcharon de la tierra en la que habían nacido, dejaron su hogar, casi sin tiempo para recoger sus pertenencias. El País Vasco se convirtió en una tierra lejana. Se fueron a Castro Urdiales, a Santander, a Fromista, al levante español o a Madrid. Había que construir el futuro olvidando el pasado, el barrio antiguo de la ciudad, el bar donde tomaban las tapas, las amigas que dieron la espalda, los partidos de fútbol del Sestao. De repente, eran seres anónimos sin pasado y con un futuro incierto. En Madrid, Carlos Ruiz de Cortadi no tenía nada a su nombre, no aparecía en las páginas amarillas. Era peligroso que se supiese dónde estaba.

Aurora y su marido habían comprado una casa en San Sebastián, pero después del aviso de muerte, él se marchó corriendo y ella vivió unas semanas terribles en la ciudad, malvendiendo la casa, corriendo de un lugar a otro, casi sin pisar la calle. Se instalaron en Santander, con sus hijos, que tenían sus amigos en San Sebastián, y a los que, aún piensa Aurora, les rompió parte de su juventud. Estaban convencidos de que el adiós era para siempre. «Es una decisión que te rompe el alma y que no se toma de un día para otro, sino que es parte de un proceso. Cuando te vas tienes una sensación de desarraigo que tarda un tiempo en desaparecer; y cuesta un par de años poder volver», cuenta Nico Gutiérrez, que, cuando nació su hijo, pensó que no podía poner en riesgo su vida.

Durante un tiempo no volvieron ni de visita ni quieren saber nada de la ciudad. A veces, cuando regresaban era por un motivo aún más triste. Aurora y su marido pisaron de nuevo su tierra para el funeral de un amigo íntimo, con peor suerte que ellos: había sido asesinado. Su marido se escondía detrás de las tumbas, temeroso.

En el «Informe Retorno», elaborado en la Universidad de Criminología del País Vasco, se estudia la situación de los exiliados por ETA como un principio para su regreso. Virginia Mayordomo, profesora Agregada de Derecho Penal en la Universidad del País Vasco, participó en ese informe. Hablaron con más de 40 víctimas: «La posible ilusión o deseo de tener alguna idea de regresar, cuando se celebraron las elecciones en el País Vasco, en 2011, desapareció rápidamente», asegura. El problema, añade, es más profundo que el simple regreso: «La sociedad no ha cambiado tanto y no se ha enterado o no se quiere enterar que hay personas que se han tenido marchar. Es mejor ignorar».

Sin ayuda económica volver o no volver es una decisión personal, que no va a reportar beneficios económicos y quién sabe si sentimentales. «Yo soy mayor, estoy bien en Madrid, supongo que la gente joven...», asegura desde la capital Ruiz Cortadi, un hombre siempre muy activo entre las víctimas. Ametrallaron a su hermano, él también era objetivo y se marchó. Sus hijos han crecido en Madrid. Sus nietos han pasado en la capital su infancia. Tiene más raíces lejos del País Vasco que en lo que fue su tierra. Volver carece de sentido.

Sin miedo a morir
«Pero a mí, cuando se me quitó el miedo a morir, volví –asegura Azurmendi–. Ya he hecho lo que tenía que hacer y me vine aquí. Me he metido en casa, que está bastante apartada; y me he dedicado a leer y escribir».

Hace unos años, los hijos de Aurora se marcharon del hogar, a buscarse el pan en otras ciudades o en otros países. Si ella y su marido huyeron porque temieron por su seguridad, para proteger su vida, la juventud se marcha ahora por la crisis económica, para ganarse la vida.

En Santander, sin sus hijos, Aurora se sentía sola, no tenía mucho sentido seguir allí. San Sebastián aún le tiraba. A los que son de allí, cuenta, les cuesta olvidar la ciudad. «Y al volver, vi que estaba preciosa. Todavía paseo y buscó las cosas nuevas que no conozco». San Sebastián ha crecido. Aurora la abandonó en 1990 y más de 15 años después ha regresado. Puede que San Sebastián ya no sea, en parte, igual. Es más grande y ya no hay violencia física. Lo que es seguro es que ella, para nada, es la misma: «No volví con miedo, porque ya me daba lo mismo. No vine con miedo, no tengo miedo, lo que pasa es que he cambiado. Por ejemplo, ya no hablo tanto como lo hacía antes. Yo me expresaba muy bien, era muy habladora y me he vuelto introvertida. Sigo un poco metida en un caparazón».

Aún es precavida: su padre murió en 2008, sin haber vuelto, y ella tiene una foto de él vestido de militar, a la que da la vuelta cuando un desconocido entra en su casa. Por si acaso, no vayan a pensar. Se ve con sus familiares, con alguna prima. No está en su mejor estado y, sin embargo, está mejor ahora. Por lo menos, cuando toma el autobús, ya no se va hasta la última fila, vigilando y sintiendo un escalofrío subiéndolo por la nuca. Era pánico.

«Es durísimo irte y durísimo volver, porque haces tu vida en otro sitio. Aunque me fui con rabia, cuando te marchas, dejas aquí una patita, que te influye mucho», cuenta Nico Gutiérrez, que ha vuelto, con una intención política. Va en las listas de UPyD. Ha cambiado la gestión de su casa rural en Fromista y ha regresado para tener contacto con la gente, para pasear como Aurora. «Yo nací aquí, mi padre tenía sus amigos aquí», cuenta ella, que no quiere que se le vea la cara en las fotos para este reportaje. «Mis hijos tienen Rh negativo, somos tan vascos como ellos». Aurora va a votar el próximo domingo, no como otros exiliados.

Va a votar sin mucha esperanza: teme que, en vez de ir hacia delante, se estén dando pasos atrás. Siente que los que vuelven del exilio como ella no son queridos en la ciudad de su infancia, donde ametrallaron a su padre. La ciudad en la que se enamoró, se casó y de la que salió corriendo. Su ciudad, en la que ahora busca no sabe muy bien qué tantos años después. Una vida después. Quizá sólo quiere una respuesta: «¿Por qué–dice–, por qué mi pueblo me ha hecho esto?».

 

Muy pocas ayudas para el retorno a casa
La vuelta es complicada porque los exiliados han pasado muchos años lejos de su tierra y además tampoco reciben muchas ayudas. Desde la Dirección de Atención a las Víctimas del Terrorismo aseguran que han recibido pocas llamadas preguntando por información, pero que también puede ser que se regrese sin que ellos lo sepan. No hay ayudas económicas ni parece que en el futuro se vayan a dar. La única ventaja es que se exime de empadronamiento para ayudas oficiales, como para optar a una casa. En la vivienda pueden ser más flexibles. Reconocen que tienen cierta capacidad de maniobra para facilitar un hogar a quien vuelve. En todo lo demás, los exiliados que quieren regresar lo hacen desde cero.