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Los rebeldes sirios: «Mejor ser mártires que rendirse»
Miembros del Ejército Libre de Siria, a los que ya casi no les queda munición, afirman que llegarán a inmolarse para derrocar al régimen
IDLIB- Al cumplirse un año del inicio de las revueltas en Siria, la violencia sectaria ha comenzado a aflorar por doquier dando unos tintes oscuros a la revolución. A los desertores del Ejército Libre de Siria, en su mayoría suníes, se le están acabando las municiones y tampoco pueden adquirir nuevas armas en el mercado negro. «Los sirios alauíes se han hecho con todas las armas del mercado negro en el sur de Turquía y se las revenden a los ‘sabiha' (los matones de Asad)», confiesa Mustafa, un rebelde de la localidad costera de Latakia, noreste del país, antes de precisar que «una munición cuesta entre cuatro y cinco dólares, y un Kalashnikov, que antes se vendía por doscientos dólares, ahora cuesta 2.000 y es difícil de encontrar».
El militar del Ejército Libre de Siria afirma que el Gobierno sirio utiliza a «todas las minorías del país –alauíes, drusos, ismaelitas, y cristianos– para crear un conflicto sectario».
Las torturas de Asad
Cuando las fuerzas del régimen no pueden entrar en las zonas urbanas, «envían a los ‘sabiha' en coches con las ventanas tintadas y placas negras y disparan a la gente», denuncia Yumua.
«No queremos dinero de la comunidad internacional, sólo pedimos armas para seguir luchando», reclama Abu Hala, otro desertor, que trabajaba como agente de los Servicios Secretos en Damasco. Tras su deserción, el régimen encarceló a su hermano, que sufrió severas torturas en la cárcel que lo han dejado parapléjico. «Mi madre tuvo que pagar a alguien de dentro de la cárcel para que le permitieran visitar a mi hermano», indica Abu Hala.
«Las potencias occidentales dicen que nos apoyan, pero no han hecho nada para reprimir al régimen, que sigue matando indiscriminadamente y torturando a mujeres y niños. Los gobiernos de Qatar y de Arabia Saudí, que públicamente se han posicionado con los opositores al régimen, nos han prometido armas, pero hasta ahora el Ejército Libre de Siria no ha recibido nada de ellos. Los únicos que nos suministran armas son hombres de negocios dentro del régimen sirio», afirma Abu Hala. Sentados alrededor de una hoguera, bebiendo té con los desertores, escuchamos fuertes explosiones de mortero. El Ejército sirio, tras haber recuperado la ciudad rebelde de Idlib, sigue avanzando en su ofensiva terrestre en esta provincia fronteriza con Turquía. Nuestra posición está a sólo cinco kilómetros de la localidad de Yanubia.
Durante toda la mañana se escucharon ráfagas de disparos y fuego de artillería de los tanques de Asad.
Nuestra unidad se pone en alerta, el comandante llama al pelotón a una reunión de emergencia. Los soldados se dividen en dos grupos para llevar a cabo una misión de reconocimiento. Regresan quince minutos después; no hay peligro, por el momento. Los tanques están lejos.
Un rebelde nos confiesa que es muy peligroso avanzar más allá de las montañas porque el Ejército sirio ha plantado minas por el camino hasta la frontera con Turquía. Un detector de metales para localizar minas terrestres cuenta alrededor de 9.000 dólares. «Nosotros no podemos pagarlo, por lo que uno del grupo debe ir delante y sacrificar su vida por el resto del grupo», detalla Abu Ismail, licenciado en Farmacia. «Mejor perder la vida por una mina o por un disparo del régimen y convertirse en ‘shahid' (mártir) que morir por un ataque al corazón, de viejo o de un cáncer», exclama Gamal, otro rebelde con espesa barba, que agrega: «Soy un hombre dispuesto a sacrificarme porque Dios está con nosotros».
«Si no tenemos otra opción, elegiremos el martirio, pero no detendremos nuestra lucha hasta que caiga el régimen de Asad», sentencia Gamal.
Estos hombres deben enfrentarse a un ejército que les supera en número en una proporción de setenta a uno, a aviones de combate, carros blindados, artillería pesada, minas antipersona con unos destartalados AK-47, varios RPG-7 y arcaicas «berettas».
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