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El mejor amigo por Sabino Méndez

La Razón
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Quizá estemos errando en la educación de nuestros hijos. No creo, desde luego, que vaya a existir nunca una generación que acierte del todo, pero sí pienso que cada época queda definida perfectamente por unas obsesiones particulares que traslada sin medida a sus vástagos. La nuestra es la de los temas medioambientales y, a veces, para no tener que ocuparnos de cosas más cercanas y evidentes (como la corrupción o el menosprecio que hacemos actualmente por los temas morales y la iniciativa individual), percibo que tendemos a centrar toda nuestra filantropía fraseológica en el agro o el animalismo. Reconozcámoslo: estamos criando una infancia que digiere sin dificultad decapitaciones humanas, tanto en el telediario como en las teleseries (de veras o de broma), pero se estremece solo de pensar que una foca del ártico sufra de colitis. Dentro de poco, los atracadores renunciarán a la toma de rehenes en las sucursales bancarias para conseguir más éxito presentándose en ventanilla con un hámster en la mano, apuntándole a la cabeza y amenazando con ejecutarlo.

Tengo la esperanza de que sea precisamente la crisis quien nos ayude a volver a la realidad. No hay como ver gente concreta pasando penurias cerca de nosotros para recobrar la jerarquía de prioridades. Cuando yo era pequeño, se puso de moda tener periquitos, pero, más tarde, corrió el rumor de que transmitían un virus parecido al de la enfermedad del beso. Por el súbito descenso de ese tipo de animales domésticos que se dio a continuación (más allá de su lógica esperanza de vida), para mí que muchas mascotas debieron de conocer un terrible destino en oscuros lavabos a manos de sus dueños. Seremos lobos para el hombre, pero, indiscutiblemente, más lobos aún cuando hay hambre, sobre todo para cualquier lechón distraído que pase cerca.