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Una batalla no una retirada por Michael Gerson
La tentación del columnista reside en universalizar el momento, presentar como excepcionales, predecibles o permanentes tendencias que son transitorias. Los republicanos tienen en la actualidad sus problemas. El proceso de primarias no ha sido amable con su probable ganador. Mitt Romney ha sido vapuleado. En persona ha sonado en ocasiones como un empresario republicano millonario con el interés en el sector del automóvil de un comprador de coches de lujo y propietario de una escudería en las carreras de la NASCAR. La competencia por la candidatura ha resaltado sus debilidades en la misma medida que ha sacado a la luz sus limitaciones para trascender las fronteras entre clases. La refinada educación de Romney no supone el problema entero. Su oposición al rescate del sector del automóvil se suma a la desconfianza en la clase obrera.
Romney no se enfrentará a Bill Clinton. Obama tiene dificultades propias en los apartados de cercanía y atractivo para el votante de clase media-baja. Los principales logros presidenciales son demasiado impopulares para ser mencionados en compañía ideológica diversa. Está presidiendo una débil recuperación económica. Tanto Romney como Obama sufren defectos graves. Ambos son candidatos serios y con credenciales. Van a apelar a un electorado dentro del que tanto republicanos como demócratas pueden dar por sentado alrededor del 46% del voto. Es posible que el voto en el aire, a un pelo del final, se decante de forma decisiva en un sentido u otro. Pero ahora no hay forma de conocer los factores que van a decidir esa suerte.
Obama ganó en 2008 con el 53% durante una conjura de la suerte a favor de los demócratas. Las condiciones para Obama en 2012 van a ser probablemente menos favorables. Como yo lo veo, la actual popularidad de Obama en política laboral es del 45% o menor en 12 estados clave. Son las condiciones políticas propicias para una reyerta entre republicanos en el peor de los momentos. La estrategia de un candidato republicano es evidente. Mientras se conservan los estados obtenidos en 2008, tiene que ganar en Ohio y Florida por fuerza. Entonces sólo le hará falta ganar en un estado más. Nada de esto es imposible. Romney necesitaría disputar un encuentro sobresaliente, habiendo actuado de forma constante por debajo de esas cotas. Tendrá que preparar un mensaje de crecimiento económico y progreso que inspire más allá de los dominios de las rentas altas. Pero las predicciones confiadas de la derrota de Romney no son solamente prematuras. Son gravemente frívolas.
Michael Gerson
Columnista del «Washington Post»
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