África

Nueva York

La farsa de Carmen por Lluís Fernández

Ser afrancesado era la forma que el español tenía de corresponder culturalmente al menosprecio y la fascinación que los franceses sentían por nosotros

La farsa de Carmen por Lluís Fernández
La farsa de Carmen por Lluís Fernándezlarazon

El fútbol es una batalla transformada en juego. Lo que no significa que, en esta guerra simbólica, no siga estando todo en juego. En especial, la lucha entre España y Francia, que no es sólo deportiva, sino también de prestigios. Una pugna tan vieja que en el romance de Bernardo del Carpio ya se hacía escarnio de la gesta de Roncesvalles (778), donde murieron nada menos que Roldán y los Doce Pares de Francia.

«Bernardo, el del Carpio, un día
con la gente que traía,
"¡Ven por ella!", le gritó.
De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
- ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles!»

No nos la han perdonado, porque nada ha cambiado de forma sustancial: Francia acaba donde empieza España: en los Pirineos. Siempre mirándonos de reojo, con recelo. Los españoles, temerosos de la prepotencia francesa; los franceses, fascinados por esas individualidades que aquí nacen y, antes que la nuestra, hacen su fortuna.

Pongamos el cliché de «Carmen», aquella cigarrera inventada por Mérimée para contrarrestar el españolísimo mito de don Juan. Con sus toreadores y señoritos luchando en el redondel, como tragedia cuando no parodia interpretada por Brigitte Bardot, bailando desnuda ante unos espejos con un mantón. Metáfora al borde del ridículo de la fascinación del gabacho por el tópico español: el otro exótico que sólo reelaborado por el hecho cultural francés puede devenir universalmente reconocido mediante la «espagnolade». Cuyo máximos representantes fueron Luis Mariano y el letrista de sus operetas Francis López. Y Gloria Lasso. Picasso sería el ejemplo de alta cultura del español universal lanzado y promocionado desde París como creación propia. Que fuera andaluz le añadía un plus exótico que justificaba su salvajismo artístico y sexual, porque África entonces comenzaba en los Pirineos.

Buñuel, menos salvaje que asimilable, epató al burgués parisiense con aquel surrealismo burlón, adecuado para la galería de raros y primitivos españoles promocionados por la cultura francesa. A su lado, Dalí sabía que París, con su potente aparato de publicidad cultural, era el punto de partida ideal para alcanzar el punto de llegada material: Nueva York.

Modistos mayores como Balenciaga y Paco Rabanne hicieron de la moda geométrica algo eminentemente francés, como José María Sert hizo del primitivismo y regionalismo españoles el más sofisticado art déco. Desde España, Francia siempre fue nuestro enemigo secular, aunque París bien valía una misa y un aristocrático exilio. Ser afrancesado era la forma que el español tenía de corresponder culturalmente al menosprecio y la fascinación que los franceses sentían por nosotros.

Donde las dan ni las toman
La cultura francesa ha ejercido un enorme atractivo popular sobre los españoles. La libertad que casi siempre tuvieron y de la que nosotros carecimos era esa meta soñada pero nunca alcanzada. De Maurice Chevalier a Johnny Hallyday, tuvieron patente de corso intelectual, a lo largo del siglo XX, Piaf, Brassens, Gréco, Leo Ferré y Jacques Brel, los más conspicuos representantes de la «chanson», como la música yeyé y «Salut les copains» fueron referentes de la juventud en los años 60. El francés era entonces la segunda lengua de la educación, y leer y cantar en francés era un signo de distinción cultural desde la Restauración.

Adamo, Françoise Hardy y Sylvie Vartan triunfaron en España, como Sartre, Beauvoir, Lévi-Strauss y Jacques Lacan durante el franquismo, como hoy Foucault, Derrida y Deleuze, que han copado las universidades y los estudios culturales, en especial los de «género».

Lo mismo puede decirse del cine francés, tanto el de «calitté» como la «Nouvelle Vague»; y la influencia que tuvieron los intelectuales franceses de la Rive Gauche, entre los cuales algunos españoles influyeron mucho más allá que aquí: Jorge Semprún, el cantante Paco Ibáñez, la actriz María Casares, el dramaturgo Fernando Arrabal y el pintor Eduardo Arroyo. El último fenómeno ha sido Pedro Almodóvar y algunas de sus chicas, adoptadas por la crítica francesa como algo propio y defendido incluso más que en España, que carecemos de ese no-sé-qué chovinista para apreciar los genios y convertirlos en referentes culturales en todo el mundo.

Por el contrario, la burla de los deportistas españoles en sus guiñoles muestra la cara real del francés medio, atemorizado por la decadencia de su cultura e influencia incluso en los deportes, pues su podio lo ocupan los Gasol, Nadal, Alonso, Contador y, en particular, el equipo de fútbol de España, que gana en todo el mundo sin pedirle permiso al francés. Por eso dicen que los españoles se están pasando de la raya.

Lluís Fernández
Escritor