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La dimisión de Velasco
No hace ni un mes que el Vicesecretario del PSOE y diputado andaluz Rafael Velasco publicaba un artículo en Diario de Sevilla con el título de «Verdades, mentiras y el valor de lo público», todo un compendio de filosofía y también de intenciones. Sin circunloquios de ninguna clase, comenzaba: «¿Qué es la verdad? Para el Partido Popular parece que es una mentira contada hasta la saciedad por alguno de sus portavoces». En ese momento, el 2 de octubre pasado, todavía no se había hecho público el «affaire» en el que se conocía que su mujer ha venido siendo beneficiada por cuantiosas subvenciones de la Junta en concepto de ayudas a la formación en los últimos cuatro años, por lo que hoy, la frase suena paradójicamente vengativa para con su propia persona. Su dimisión «por motivos personales» no deja de parecer sorprendente por lo poco acostumbrados que la política nos tiene acostumbrados a ellas pero, especialmente, porque pocos motivos pueden resultar menos personales que los que en principio se encuentran en el origen de su dimisión. Ni su mujer era la diputada ni ocupaba tampoco el segundo puesto orgánico en la estructura de poder socialista aunque él, primero, se defendiera argumentando que ella «no ha incurrido en ninguna irregularidad», lo cual era cierto porque, aunque resultara una víctima colateral, el político era él. Más tarde habló de «campaña de difamación, injurias y calumnias personales» que, de tratarse de cualquiera de las palabras que los periódicos han venido reflejando en esta historia, no parece que alcancen el grado incriminatorio que les adjudica.
La verdad es que Velasco deja su cargo en el Parlamento (aunque no en el partido) porque no ha tenido más remedio, porque no aportó a la cámara de diputados datos económicos sobre la situación de su esposa, porque puede que ni el propio Griñán supiera de tales circunstancias («mi mujer no contrata con la administración» dicen que fue el quite que el presidente hizo en el asunto) y porque puede que la historia ni siquiera haya terminado. El «segundo hombre fuerte» de una formación –ni del partido socialista ni de ningún otro– se va por motivos personales, por duros que parezcan y, mucho menos, en plena precampaña electoral. Como mínimo, su actuación resulta, vista en perspectiva, escasamente ética por lo que sus palabras escritas hace apenas un mes cobran una especial significación y el tiempo dirá si la tienen mayor en el futuro.
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