Esto es arte

¿Por qué las (escasas) representaciones del crítico en el cine tienen casi siempre tintes fáusticos? A punto de derretirse en la caricatura, el Lulli de Sergio Rubini, crítico de arte que hunde o ensalza a sus víctimas de un plumazo, viene a engrosar una lista de diablos con lengua de víbora que podría empezar en el Adison de Witt de «Eva al desnudo» y terminar en el Anton Ego de «Ratatouille». En «Miradas de amor» existe la pretensión de cuestionar el ojo que juzga lo que es o no arte a partir de la historia de un triángulo amoroso.
Rubini se reserva el papel de demiurgo en este melodrama operístico que camina, entre sonámbulo e histérico, por el fino alambre del ridículo. Su rocambolesco argumento está subrayado por una puesta en escena tan estridente como funcional, que a veces coquetea con la comedia bufa y otras con el «giallo» trasnochado.
 

lo mejor:
la relación parasitaria que se establece entre un artista con ambiciones y un crítico de arte
lo peor:
sus retorcidos giros, que quieren darle profundidad a una trama que no la tiene