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Paseando chapa

La Razón
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Intuyo que el ciudadano corriente le hizo menos caso al debate de ayer que Rubalcaba a la represión siria. Tiene nombre de músico pero ejerce como directivo ferroviario. Enrique Urkijo anunció la defunción del AVE Toledo-Albacete con una frase que es un tesoro: «Renfe siente dolor cuando el tren pasea chapa». Si a Renfe le duele, al Ministerio de Economía deben de abrírsele las carnes. Invirtieron en un tren que nadie necesitaba pero que casi todo el mundo aplaudió. No hace ni medio año, José Bono –padre intelectual de la criatura– se felicitaba a sí mismo por el empeño que puso en que se hiciera esta línea, hasta el punto de considerarla su decisión más trascendente como presidente autonómico: «Es que no es un sólo una línea», decía, «¡es un bingo entero!» Durante diez años, el AVE Toledo-Cuenca-Albacete fue elemento permanente en la campaña electoral manchega. Se prometió que habría tren sin preguntarse antes cuántas personas ansiaban utilizarlo. Los ciudadanos que escucharon la promesa la aplaudieron. Los medios festejamos el viaje inaugural aireando el liderazgo español en kilómetros de AVE construidos. Paradójicamente, la ruina del AVE manchego es el paradigma de la promesa electoral cumplida que jamás debió haberse hecho; era la promesa de un descalabro económico que nadie alcanzó (o quiso) frenar a tiempo. Los ciudadanos –admitámoslo– hemos mostrado siempre escasa afición a la ciencia económica o a la llamada cultura financiera. Los dirigentes políticos más conspicuos, también. La economía y las finanzas eran cosa de profesores, analistas y, en general, expertos. Como dice Larry King, la gente no discute en los bares por el déficit público o el porcentaje de la deuda. Zapatero no alcanzó a entender cómo funcionan los mercados financieros hasta su séptimo año, no porque fuera duro de mollera sino porque jamás le interesó la prima de riesgo. De Rajoy dicen que está aprendiendo inglés los días pares y economía, los impares; antes de la megacrisis, su única aportación al debate económico fue el fichaje de Manuel Pizarro. El compromiso máximo de un candidato era cumplir las promesas contenidas en su programa electoral, aunque no vinieran acompañadas de «memoria económica». Una vez en el Gobierno, la «política de comunicación» consistía en camuflar los incumplimientos y atribuir los cambios de criterios a circunstancias sobrevenidas. Esta legislatura se tocó techo: los compromisos del contrato electoral que firmó Zapatero en 2008 quedaron arrasados por el Katrina financiero. El mensaje que acabó transmitiendo el presidente –ayer perseveró– dice que la única salida son los recortes y las reformas. La traducción que ha ido calando es otra: en época de bonanza cabe aplicar políticas de izquierdas, pero cuando la cosa se pone fea, la única política eficaz es de derechas. Mensaje letal para las aspiraciones de la izquierda española en la próxima década. Intuyo, en todo caso, que el ciudadano corriente le hizo menos caso al debate de ayer que Rubalcaba a la represión siria. Cansado el personal de escuchar a los dos de siempre diciéndose lo de siempre, el tren de los debates parlamentarios pierde clientela a velocidad desbocada. Zapatero y Rajoy, paseando chapa.