España
Europa debe reaccionar
La economía francesa está a un paso de entrar técnicamente en recesión, según las previsiones hechas públicas ayer por el Banco de Francia. Tampoco son buenas las cifras de su comercio exterior, con un incremento del 9,5 por ciento de déficit en junio, que los responsables atribuyen claramente a la ralentización de la zona euro y, en particular, a los problemas de los países de Europa del sur. El diagnóstico es claro para la titular del Departamento de Comercio, Nicole Bricq: «La coyuntura mundial se deteriora y Europa atraviesa una crisis económica profunda a la que nos esforzamos en responder con nuestros socios». También hay sombras sobre la economía germana, cuya industria ha registrado una caída del 8 por ciento en los pedidos industriales, con un fuerte desplome en las exportaciones a la zona euro. El fantasma de la recesión acecha también a Holanda y a Gran Bretaña, donde la economía se estancará este año, según el Banco de Inglaterra; mientras todos los pronósticos auguran que la crisis se prolongará en España e Italia durante los dos años próximos. El contagio se extiende, además, fuera de la UE, con Serbia también en recesión. Si alguien creía que se podían mantener espacios estancos de prosperidad en la Unión Europea, la realidad acabará por dispersar esa nube de optimismo. Es evidente que han fallado los mecanismos de defensa de la eurozona, en no poca medida por la política miope de Alemania, cuyos buenos resultados económicos justificaban esa falsa sensación de seguridad.
No se trata aquí de desviar responsabilidades. Ciertamente, España e Italia purgan culpas propias, pero se han visto doblemente perjudicadas por la actitud reticente, cuando no cínica, de unos socios que no han dudado en beneficiarse de la histeria inducida en los mercados financieros, hasta el punto de que la deuda alemana se ha convertido en refugio, pese a compartir la misma moneda con el resto. Significa, y se ha dicho muchas veces, que la eurozona había nacido con importantes taras que, como ahora empieza a verse en toda su crudeza, era urgente remediar. Y, sin embargo, lo que hemos visto ha sido una política de extrema exigencia hacia los socios con problemas y muy poca celeridad a la hora de llevar a cabo las reformas estructurales imprescindibles. Que España e Italia deben seguir adelante con sus programas de ajustes no está ya en discusión. Pero tampoco que la Unión Europea debe pasar de una vez de las buenas palabras a los hechos. Vale más que nunca la advertencia que nos hizo el Fondo Monetario Internacional cuando señalaba a primeros de julio que el mayor riesgo para el crecimiento global estaba en cómo evolucionaran las dos grandes economías del sur de Europa. Tiempo perdido que traerá malas consecuencias.
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