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Barrios y las vacaciones

La Razón
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Por no traicionarse, Manuel Barrios ha decidido a sus ochenta y cinco años no irse de vacaciones un verano más. Hace tiempo que se prohibió las traiciones propias y perdonó las ajenas. Enfermo de olivetti, agarrado al clavo ardiente de sus artículos de tinta china, la última vez que fue feliz el acontecimiento se le presentó en la cama de un hospital de San Juan de Dios: había una enfermera de blanco, felliniana y carnal, carnal de autobús de línea y cola de pescadería. Ella le sonreía y, quizá, hasta le acarició el rostro con la mano de una madre o de una madame en noche de absenta, quién sabe. ¡Póngame una inyección, déme un paseo por los pasillos que para mí serán los Campos de Marte en agosto! Barrios era capaz de inventar el final de sus sueños, pero hasta los sueños se le habían vuelto aburridos: «Vivir y aburrirse, pase; soñar y aburrirse es estar muerto». Volvió a soñar con la página en blanco y con rellenarla, una espiral frenética que acabará con las reservas terráqueas de cinta de máquina de escribir. Siempre queda rebañar el tintero, mirar el universo desde la «terraza-lavadero», sacudirse la pequeñez. Hace años, entró en la vieja redacción y nos escupió con mucho tacto y educación: «No me voy de vacaciones porque puede que en mi ausencia las ventas suban y al volver, caigan estrepitosamente». Se teme que nuestro Gobierno haya copiado a Barrios y no vacacione para poder disimular que da igual estar que no estar.