Líbano

«Ni siquiera pude ir al entierro de mi hijo de 4 años»

Unas 700 familias que han huido del horror de Asad se refugian en Líbano. Relatan a LA RAZÓN la violencia y el terror que han sufrido en su país

«Ni siquiera pude ir al entierro de mi hijo de 4 años»
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AARSAL (LÍBANO)- Una brisa reconfortante corre en este secarral de temperaturas extremas. En las lindes del Líbano, a unos kilómetros de la frontera con Siria, viven unas 700 familias numerosas de la provincia de Homs que han huido de la violencia. Reubicados en viviendas compartidas, gracias a la generosidad de sus vecinos de Aarsal, ya que las autoridades libanesas se niegan a levantar campos de refugiados, estos desplazados intentan rehacer sus vidas lejos de las bombas, aunque cada noche se escuchan las explosiones.
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Desde las diez de la mañana en las oficinas de Jusur, una ONG local, no cabe ni un alfiler. Cientos de hombres y mujeres con el hiyab (pañuelo musulmán), con bebés en el regazo y niños pequeños, esperan pacientes a su ración de comida semanal.

Los voluntarios no dan abasto. Trabajan en cadena mientras unos pasan lista para comprobar los nombres, otros reparten las bolsas con suministros que guardan en los almacenes del piso de abajo, por lo que de vez en cuando tienen que bajar y subir escaleras cargados con cajas para reponer los lotes. Los refugiados reciben además un vale de 20 euros al mes que pueden canjear por productos básicos como té, café, pañales o leche para bebés en los supermercados de Aarsal.

Fátima no tiene más de 30 años pero su aspecto es el de una mujer de cuarenta. Esta refugiada de Al Quseir, a 15 kilómetros de la frontera con Líbano, perdió a su hijo de cuatro años por disparos de francotiradores, y ella resultó herida en un hombro.

Fátima nos cuenta que regresaban de casa de sus padres cuando un hombre armado subido a una azotea disparó contra su vehículo con tan mala fortuna que una bala impactó en el cuerpo del pequeño y otra atravesó su hombro. En el coche iban su marido y su otra hija de seis años.
«No pude asistir al entierro de mi hijo. Mi hombro estaba destrozado y sangraba mucho. Mi esposo pidió ayuda y me evacuaron a Trípoli para ser atendida en un hospital. Estuve ingresada 15 días y todavía tengo dificultad para mover el brazo».

El esposo de Fátima huyó con su hija a Aarsal a casa de unos familiares. La mujer iba a reunirse con su familia después de recibir el alta, pero antes de viajar a Aarsal tuvo que regresar a su casa en Al Quseir para recoger algunas pertenencias. «Al cruzar la frontera para reunirme con mi marido me detuvieron unos oficiales. Y me hicieron preguntas como: ¿Qué vas a hacer en Aarsal? ¿Estás pasando armas? ¿Quién te ha operado, los de (Saad) Hariri (líder suní libanés) o los de Hizbulá?», explica Fátima.

La mujer pasó once días en una celda de aislamiento, bajo un sótano en una cárcel secreta. «¿Qué había hecho yo? Recibí un trato inhumano. Estuve once días encerrada en una habitación a oscuras; sin saber si era de día o de noche», recuerda con dolor.

«Yo apoyaba la revolución, pero he tenido que pagar un precio muy alto. He perdido a mi hijo», lamenta Fátima. Ahora los tres viven en casa de unos primos libaneses de su esposo. Sus familiares son tan pobres que ellos tienen que ayudarlos económicamente. «Mi esposo se ha puesto a trabajar en las canteras de piedra por un sueldo más bajo de lo normal para poder pagar el alquiler de cien euros. Mis familiares son pobres y no pueden mantenernos», señala Fátima.

Aarsal se ha convertido en el refugio de miles de sirios de la provincia de Homs. En la última oleada de refugiados de Al Quseir, hace unas semanas, llegaron alrededor de 150 nuevas familias que no han encontrado un techo para dormir, entre otras razones porque es verano y no hay espacio en las viviendas de acogida libanesas porque han llegado familiares de visita por las vacaciones.

Estos refugiados viven en la explanada de una mezquita bajo lonas de plástico, teniendo que soportar las altas temperaturas. «Las autoridades libanesas no nos ayudan. Toda la asistencia que recibimos es gracias a la caridad de nuestros hermanos saudíes», critica Ibrahim, cuya casa en Al Quseir fue bombardeada hace una semana.