Barcelona
Di María vence entre «quejíos»
El Real Madrid conquistó su triunfo más sufrido de la temporada en el Santiago Bernabéu, para mantener el pulso con el Barcelona, en un duelo repleto de sufrimiento ante un rocoso Sevilla, en el que pagó la baja de Xabi Alonso y que decidió un gol milagroso de Ángel Di María en inferioridad numérica.
Mourinho se siente indefenso y el Madrid no recupera el patrón de juego que le arrebató el Barcelona. Parece que arrastra un trauma; pero gana, con sufrimiento infinito y entre los «quejíos» de su entrenador. Y con la persistencia de Di María, fundamentalmente la suya. Así derrotó al Sevilla cuando jugaba con diez.
Clos expulsó a Carvalho injustamente en el minuto 63; también se «columpió» al ignorar un penalti a Granero. Le vino grande el partido y la gente de Manzano no supo cómo imponerse. Goyo y «Mou» tienen trabajo por delante, necesitan fútbol.
Atascado en la pena negra –seis partidos sin ganar antes de pisar el Santiago Bernabéu–, pugna el Sevilla por recuperar la bulería, lastrado por fichajes que antaño Monchi descubría en minas de carbón, que lavaba el Guadalquivir y relucían como diamantes, y que ahora sólo tiznan. También el Madrid, con la «manita» a cuestas y las otras «manitas» que el Barcelona elabora con pasmosa facilidad, intenta recuperar el fútbol alegre... No le sale, no sabe cómo trenzarlo. Sin Marcelo, pierde profundidad por la banda izquierda; Arbeloa defiende bien y ataca menos que lo justo. Sin Xabi Alon-so, cede protagonismo en la media; Lass lucha, no es catalizador, un cerebro, tampoco Khedira. Sin Higuaín falta arriba fantasía, y olfato; Benzema a veces no acierta ni solo delante del portero. Le ocurrió frente a Palop (min 20). El francés, la joya del Olympique de Lyon, si falla se hunde; pierde tono, confianza y perspectiva.
El Sevilla, con un centro del campo en el que no aparece ni un fino estilista, rompe; no construye; corre, persigue el balón y lo pierde porque no sabe entregarlo. El Madrid, mejor dotado, sin Xabi Alonso tampoco fluye homogéneo, sino a borbotones. Juega a intervalos, cuando intervinen Özil –cómo se diluye– y Di María; y se emperra en buscar a Cristiano Ronaldo, aunque sea la peor opción. El portugués es verticalidad, se atreve con todo, se excede, y no siempre le sale. Se desespera en el uno contra uno y mira al cielo, con resignación, cuando, después de lograr el anhelado centro, Karim Benzema no lo aprovecha.
Hay días, como ayer, en que uno y otro, Madrid y Sevilla, se debaten entre la seguiriya, con apariciones sombrías que bordean la tragedia, y la soleá, puro desengaño; no les sale «na». Goyo Manzano añora a Navas, aún no lo tuvo, y a Kanouté y a Perotti, más que Mourinho a los tres mencionados. Ausencias tan significativas extraen lo más hondo de sus interior: «Tengo un querer y una pena. / La pena quiere que viva,/ el querer quiere que muera» (Manuel Machado).
Quería ganar el Madrid más que el Sevilla al principio y al final. Cristiano tiró varias faltas contra Palop; Di María también se encontró con el portero, y Casillas, instantes antes de que Clos Gómez invitara al descanso, se lució frente a Negredo. Negredo disfrutó de oportunidades, más que Benzema, y no supo transformarlas. Luego se arrepentiría. Sumaba el Madrid fueras de juego que no eran (tres imposibles señalaron los asistentes de Clos) y el Sevilla, ocasiones de Negredo, burlador de Carvalho, horrible hasta que lo expulsaron, y no mereció la segunda tarjeta, aunque bien pudo ver la roja con la primera amonestación. Con Luis Fabiano desaparecido, el ex madridista fue incapaz de batir a Casillas; solo delante de él, tiró al graderío. El perdón, como tantas y tantas veces, iba a pasar factura...
Hubiese merecido adelantarse el Madrid en el marcador en el minuto 70, cuando Escudé agarró a Granero en el área chica hasta derribarle. Clos no lo vio, sí apreció poco antes cómo Carvalho saltaba con Negredo, chocó con la cabeza y le mandó a la caseta por suponer que le había dado con el codo (min 63)... Creció entonces el equipo de Mourinho con la fatalidad y con diez luchó con más bravura que con once. Fue Di María quien interpretó la épica del fútbol con la lucidez precisa. Recibió el balón a la derecha de Palop, le amagó; el portero intentó tapar y el delantero metió la pelota por un ángulo imposible. El cancerbero, desesperado, hizo lo que pudo; le falló la defensa: nadie cubrió el primer palo.
Se había quedado el Madrid con diez y Mourinho ya había introducido dos cambios: Pedro León por el pobre Benzema y Granero por Khedira. Cuando Di María hizo el 1-0, de inmediato reclamó la presencia de Albiol para sustituir a Özil. El partido estaba ganado; tocaba conservar y enfriar el juego. Misión imposible. El Sevilla, que empieza a estar más próximo al descenso que a la Liga de Campeones, necesitaba el triunfo, o el empate, como el aire; pero era incapaz de imponerse.
Le falta calidad a raudales y las carreras de buena voluntad que Capel emprende son insuficientes. Si, además, sus delanteros no saben dónde está la portería, el futuro se complica y la bulería, frente a la entrega de un conjunto como el Madrid, es una seguiriya. Y lo de Mourinho, «quejío», la soleá.
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