España
Indulto atómico por Antonio PÉREZ HENARES
Cuando el otro día el comando de liberados ecologistas de Greenpeace protagonizó otra de sus algaradas propagandísticas con la que colocar su spot publicitario, una buena mayoría del país reaccionó de manera muy diferente a como lo hubiera hecho hace tan sólo unos años. La razón, los argumentos, las seguridades y la necesidad han hecho variar de manera muy notable la percepción de los españoles sobre la energía nuclear. Parecida pantomima a la realizada en Cofrentes tuvo lugar en su día en Zorita de los Canes, con el resultado del cierre a no mucho tardar de la central nuclear para alborozo de una nutrida manifestación de 50 de la trouppe a los que se unió Llamazares, a ver si pescaba, acompañados de 200 cámaras de televisión y para pesadumbre de los habitantes de la zona, cuyo deseo a día de hoy es que pongan otra.
Lo sucedido ahora no ha podido tener signo más distinto. Rechazo entre la población, disgusto ante la impunidad de estos activistas que violan cuantas leyes les viene en gana protegidos por su bula ecologista y en el Parlamento un giro verdaderamente copernicano al que se ha visto obligado hasta ZP, aquel antinuclear furibundo que iba a cerrarlas todas, luego sólo Garoña –que no se cerrará– y ahora alarga la vida de todas en un indulto que presagia un mejor futuro para una energía limpia, rentable –y no un delirio como el kilovatio de las plaquitas que ahora nos hace polvo la factura de la luz y el IPC–y cada vez más segura. Una energía que es casi una necesidad para un planeta y lo es de manera perentoria para un país tan dependiente energéticamente como España.
✕
Accede a tu cuenta para comentar