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Oportunidad y oportunismo por Lucas Haurie
Por encima de parábolas churchillianas, con el lechero llegando a horas intempestivas, e incluso a despecho de quienes aprecian la democracia por exclusión de todas las demás formas de gobierno, la mayor bondad de nuestro sistema reside en el escrutinio al que se someten los candidatos cada equis años. Que, aunque somero y superficial, los disuade de chapotear alegremente en el lodo de la corrupción siempre que amenace la lupa de una oposición malévola y una prensa libre. La línea de defensa de los implicados en el Invercaria Gate se reduce a tachar de «oportunistas» a cuantos aprovechan la cercanía de las elecciones para airear el (presunto) latrocinio. O sea, que si José Antonio (¡¡presente!!) Griñán y toda su cohorte de conseguidores no hubieran de someterse al enojoso trámite de las urnas, nada se hubiese sabido de los apaños de la señora Gómiz. Por suerte, y a pesar de que el electorado deviene demasiado a menudo en masa acrítica o en abstencionista sometido a la voluntad de un fiel regimiento de estómagos agradecidos, el 25 de marzo habrá una ocasión para ajustarle las cuentas a la guapetona inventora de informes y a sus jefes.
Es frecuente la confusión, no obstante, entre las responsabilidades penales y las políticas. Los gobernantes pillados en un renuncio ponen todos los huevos en la cesta de una probable absolución, que casi siempre acontece por un intersticio legal hábilmente explotado por los abogados caros que esta gente se puede permitir. No es cuestión exclusiva del PSOE. En el PP, para no cansar con el manoseado caso de Camps, se aferran ahora al reglamento del Ayuntamiento de Sevilla para salvarle el sueldo a un fulano de Nuevas Generaciones que en el sector privado no alcanzaría a becario. Cuando llegue el momento, los votantes darán su opinión al respecto. Así va a suceder con la señora Gómiz: si su partido se pringa en defenderla, lo lamentará en la noche electoral. Y para batallar en los tribunales, si fuese imputada, se basta ella sola. Por suerte, la proximidad de unas oportunas elecciones ha animado a sus adversarios a intentar apartarla de la vida pública. La cosa es más oportuna que oportunista porque, motivado por los intereses que sean, mejor cuanto más lejos del dinero de todos.
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