Fotografía
Melodía de seducción por Marina CASTAÑO
Hace días, por algún canal, reponían «Melodía de seducción», con un Pacino joven y casi imberbe, que observaba a un viejo desgranar algunas estrofas: «Vivo solo entre la gente, y a veces me siento ausente. En una arqueta bajo cien llaves, guardo mi corazón y no sé la razón. Necesito sonreír y ser feliz de nuevo, si no, muero». A aquel anciano le faltaba la chispa de las sensaciones que se experimentan en la fase de la seducción, ese momento único, pero no irrepetible, en que nuestras acciones hacen que la persona que tenemos delante abra sus defensas y se rinda.
El brillo de la mirada, el color de las mejillas, ¡hasta el olor corporal, por acción de las feromonas, se modifica! Mientras la hembra acaricia su pelo, ladea la cabeza, cruza las piernas (Sharon Stone en «Instinto básico», ¡uf!) o muestra el brillo de su inteligencia, el varón trata de sacar a relucir su masculinidad con gesto erguido. Todos los sentidos intervienen en esta fase, pero esos comportamientos pasan inadvertidos para las personas que los realizan. Es un arte inconsciente en que dos seres desarrollan una especie de arte que mantiene el ambiente en un continuo estado de sensualidad.
Pero esos instantes, como decíamos, no son irrepetibles. Aunque los gestos no sean siempre los mismos, sí se puede practicar el momento seductor cada día, cada semana, cada mes en la vida de una pareja. Procurar que la desgana y la rutina no invadan la cotidianidad garantiza la permanencia de la ilusión. Eso que le faltaba al viejo de la película.
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