Historia
Avance editorial / «Guerra o revolución»: Terror en Madrid
La existencia de una «quinta columna» en la retaguardia fue una obsesión en la Guerra Civil y sobre todo para los agentes soviéticos
El estado actual de la investigación permite concluir que la responsabilidad por las sacas correspondió a un sector neocomunista y otro anarquista de las organizaciones actuantes en Madrid. Pero si a ellos compete la ejecución material, la incitación tuvo un origen externo. Según Koltsov, el corresponsal de Pravda, un tal «Miguel Martínez» –a quien Viñas identifica como Iosif Romualdovich Grigulevich («Grig»), un lituano que hablaba español con acento sudamericano, y que llegó a España a principios de octubre de 1936 con una recomendación del partido comunista argentino– se reunió el 7 por la mañana en la sede del Comité Central con Pedro Checa, secretario de organización del PCE, para plantearle el problema de los presos. Checa respondió que no se había hecho nada y que ya era demasiado tarde para hacer algo. La evacuación exigía transportes, escoltas y organización. «Martínez» respondió que sólo era necesario seleccionar a los elementos más peligrosos y «mandarlos a la retaguardia», en grupos pequeños. Lo importante era que todos esos cuadros no pudieran servir a Franco. «Por pocos que se logre mandar –dos mil, mil, quinientos– ya será algo. Que se lleven por etapas hasta Valencia.» Checa reflexionó y asintió. Con ello se decidió el destino fatal de una parte de los presos.
En manos de soviéticos
El vector de la NKVD, con Grig y Orlov como personajes centrales, ocupó el papel protagonista de la trama. En un informe que el agregado militar Gorev redactó para el director de la inteligencia militar (GRU), fechado el 5 de abril de 1937, señaló que entre a quienes cabía un importante mérito por la eficaz defensa de Madrid se encontraban los «vecinos» –eufemismo empleado para designar a los agentes de la NKVD–, con el camarada Orlov a la cabeza, «que tanto hicieron para impedir una revuelta interna». Con este circunloquio se encubrieron las «limpias» ejecutadas a instancias de Orlov. Al PC y a los jóvenes dirigentes de la JSU que en aquellos momentos se le estaban pasando en masa les tocó poner la mano de obra. No era fácil, en aquella dramática situación en la que se debatía la capital martirizada por los bombardeos aéreos prácticamente impunes, discutir las orientaciones de un camarada que hablaba con la autoridad que le daba su condición de agente soviético, «gracias a cuyo país la República estaba en condiciones de oponer a las tropas sitiadoras algo más que mera chatarra y pechos al descubierto». La empresa de liquidación de la quinta columna evocaba, además, para los entusiastas neófitos la contundencia con la que los bolcheviques habían conseguido la victoria en la Guerra Civil rusa: la imposición de un «terror» como herramienta constructiva de un nuevo orden político, cuyo ejercicio llevaba aparejada la promoción de quienes estuviesen dispuestos a asumir el compromiso de llevarlo a la práctica hasta sus últimas consecuencias.
(...) Que lo que ocurrió en aquellos trágicos días de noviembre no fue para enorgullecerse se puso en evidencia en el relato que se construyó a posteriori. Inmediatamente terminada la guerra, Stepanov borró las huellas de los responsables soviéticos y endosó la responsabilidad de lo ocurrido al PCE, camuflándolo como si fuera un mérito. Koltsov ya había recorrido un trecho más, silenciando lo que pasó con los presos. Las responsabilidades personales se diluyeron en la neblinosa atribución a los «incontrolados» –que ciertamente todavía seguían actuando por entonces– de los fusilamientos masivos.
Todas las decisiones que pusieron en marcha el mecanismo que culminó en el pie del páramo de Paracuellos se tomaron en un círculo restringido. Los asesores políticos del PCE no tuvieron contacto con París o con Moscú en aquellos días cruciales porque el enlace por cable estaba roto desde el día 6 de noviembre. No se sabe si «Miguel Martínez» pudo entablar contacto por otra vía con la central o actuó por propia iniciativa. En cualquier caso, «Martínez» activó un engranaje en el que se vieron implicados de diversa manera miembros ligados al PCE, la JSU, la Consejería de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid y la Dirección General de Seguridad. En los vértices de este cuadrilátero se encontraron Pedro Checa, Segundo Serrano Poncela, Santiago Carrillo y el anarquista Amor Nuño. La evidencia documental disponible permite apreciar que la decisión de la «evacuación» hacia Paracuellos no fue tomada en el seno de la Junta de Defensa.
Al mismo tiempo que se resolvía de forma draconiana el asunto de los presos derechistas, y quizás apoyándose en el hecho de que la inquietud por la amenaza inmediata de la quinta columna ya había sido conjurada por los fusilamientos, la Consejería de Orden Público, dirigida por Santiago Carrillo, impulsó disposiciones para ordenar la entrega en un plazo de 24 horas de las armas de las que se dispusiese de forma ilegal (9 de noviembre) bajo pena de juicio con arreglo al fuero de guerra. La vigilancia del interior de la capital y de sus accesos quedó reservada a las fuerzas que determinase la Consejería (10 de noviembre), quedando prohibida a cualquier otra. Se cerró inmediatamente la checa de Fomento, la más importante de las que operaban en Madrid, y siguieron medidas que disciplinaron la violencia contra los adversarios de la República. Se cerró de esta forma el periodo más sangriento de la violencia punitiva en la capital, el segundo semestre de 1936, durante el que se ocasionó el 95 por 100 de las víctimas imputables a la represión de retaguardia.
Tras varios intentos infructuosos de toma de la capital, en enero de 1937 el frente de Madrid quedó estabilizado. El intento de tomar la ciudad fracasó en sucesivas tentativas. Varela se estrelló contra las trincheras de sus extrarradios. El general Mola nunca se tomaría el café en la Puerta del Sol. La capital republicana no caería hasta finales de marzo de 1939 y con la mediación de una nueva rebelión político-militar interna. Con sus luces y sus sombras, el PCE fue la fuerza política que más rentabilizó aquella victoria.
F. HERNÁNDEZ SÁNCHEZ
FICHA
-Título del libro: «Guerra o revolución. El Partido Comunista de España en la guerra civil»
- Autor: Fernando Hernández Sánchez
- Edita: Crítica
- Sinopsis: Dentro de la inagotable historia de la Guerra Civil española hay otra dentro de ella y, de manera especial, la del Partido Comunista, organización clave en el desarrollo del conflicto y protagonista de algunos de los sucesos más escabrosos de la represión en la retaguardia. Entre los leales a la República, fue el partido que aseguró con estricta disciplina un mínimo orden en las fuerzas del Frente Popular y en el control de las milicias. El autor, Fernando Hernández Sánchez, es profesor asociado de la Universidad Autónoma de Madrid y uno de los mayores especialistas en la historia del PCE.
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