Nueva York
Próxima y última parada… el Atlántico
El fotógrafo Stephen Mallon ha retratado el proceso de conversión de viejos convoyes de 19 toneladas pertenecientes a la red de metro neoyorquina en arrecifes artificiales destinados a convertirse en paraísos para la vida marina.
A más de un viajero se le habrá ocurrido, en plena huelga del suburbano, con la subida anual de las tarifas, los retrasos o en pleno caos de la hora punta, que le gustaría mandar el servicio de metro al fondo del mar. Lo curioso del caso es que esta práctica ya se realiza, de forma literal, con los convoyes neoyorquinos que van apartándose del servicio. Y se hace con la loable intención de preservar el medio ambiente y cuidar la vida marina.
Los cinco millones de pasajeros que surcan el subsuelo de Nueva York en metro cada día difícilmente podrían imaginar el destino de los vehículos: el fondo del océano. Muchos de los viejos vagones de la MTA (la autoridad de transporte metropolitano) pasan, después de su jubilación, a un cuidadoso proceso de desguace en el que son despojados de la mayoría de los accesorios de su interior. También se les somete a un proceso de descontaminación antes de ser apilados en grandes barcos.
El destino de estos cargueros repletos de vagones de metro son, entre otros destinos, las costas del estado de Delaware. Uno a uno, los vagones son lanzados al océano, a 80 metros de profundidad, donde ya han ido a parar más de 700 aparatos y la biomasa de atunes, lubinas, lenguados, mejillones, esponjas y corales se ha disparado un 400 por ciento.
«Residencias de lujo»
«Son residencias de lujo para los peces», comenta Jeff Tinsman, gerente del programa de recursos naturales en el estado de Delaware. El plan de «reciclado», que ya cuenta con una década de existencia, ha tenido tanto éxito que otros estados como Maryland, Virginia y Nueva Jersey se han animado a copiar la iniciativa, máxime cuando las autoridades neoyorquinas ofrecen de forma gratuita los viejos vagones.
Los convoyes del suburbano de la ciudad de la Gran Manzana son los preferidos por los expertos para llevar a cabo este cometido, ya que son de acero inoxidable en el exterior, contienen menos amianto y son más resistentes que otros modelos.
Pero las compañías de metro no son las únicas que abastecen a estas «ciudades» subacuáticas. La Marina estadounidense es otra original proveedora de arrecifes artificiales. Sus barcos de guerra retirados del servicio, acaban del mismo modo en el fondo del mar tras una meticulosa descontaminación de sus componentes tóxicos. Es el caso, por ejemplo, de un petrolero construido en 1945 para la invasión de Japón.
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