Los Ángeles
El cine clama contra la lapidación
Irán, Jomeini, fundamentalismo, finales de los 80: una joven es condenada a muerte tras ser injustamente acusada de adúltera. El crudo, descarnado filme «La verdad de Soraya M.», con Jim Caviezel en el reparto, adapta el libro donde Freidoune Sahebjam narró la terrible historia de aquella mujer. Las lapidaciones, hoy, continúan.
Ni una sola piedra le perdona al público el director Cyrus Nowrasteh, ni un solo crujido seco, ni un gesto de dolor, ni una gota de sangre. Enterrada a medias en la tierra amarillenta, con las manos atadas y vestida de blanco que empapará luego el rojo, un puñado de furibundos hombres la golpea hasta que los ojos, por fin, se le cierran. Premiada por el público en los festivales de Los Ángeles y Toronto, «La verdad de Soraya M» adapta el «best-seller» del ya fallecido periodista Freidoune Sahebjam en el que vuelca la durísima historia de una joven lapidada en Kapuyeh, Irán, por las mentiras de un marido lujurioso. Violenta y descarnada, la cinta destapa ahora para los espectadores (en España se estrena el próximo día 15) la conspiración que rodeó aquel terrible caso, un asesinato más, al cabo, en nombre de leyes ancestrales e intereses de la carne.
Más de 1.000 víctimas
Sin pruebas auténticas, sin defensa posible, un tribunal íntegramente masculino la declara culpable de adulterio, un crimen según la Sharia, el severo código de las leyes del integrismo islámico, y ordena que muera. Zahra, tía de Soraya, consiguió que aquel hecho condenado al ominoso olvido fuese conocido en el mundo gracias a un forastero de paso, Sahebjam: «Cuando leí la obra, pensé: si esto realmente está sucediendo, alguien debe darlo a conocer de algún modo», confiesa el cineasta. Y sucede: aunque resulta complicado conocer las cifras exactas, varios informes indican que al menos 1.000 mujeres han sido lapidadas por delitos conyugales o sexuales en países como la propia Irán, Nigeria, Somalia, Sudán, Irak, Afganistán... en los últimos 15 años.
Ayer, Jim Caviezel («La delgada línea roja», «La última pasión de Cristo»; de hecho, este filme ha sido financiado por Steven McEveety y John Shepherd, los productores de la obra dirigida por Mel Gibson), un sólido actor norteamericano de atípica naturaleza (es un fervoroso católico que vive al margen de los fastos y furias de Hollywood), presentó en Madrid el filme, donde, por desgracia, sólo aparece unos minutos para interpretar a un personaje clave, el propio Sahebjam: «Se trata una película distinta y envuelta por la polémica. Pero no éstas no son todas negativas. Posee una dimensión política importante. Cuando era niño y supe quiénes eran los nazis fui incapaz de entender cómo se le había dado la espalda a esa realidad. Y me preguntaba qué habría hecho yo. La gente que me rodea, la más cercana, me repitió que no apareciera en esta cinta». Y no les hizo caso. En cuanto a las posibles amenazas recibidas, subraya misterioso que «más todavía de las que podría contar... Aunque he descubierto una cosa de mi profesión: cuanto más difícil es el proyecto, mejor es el resultado final». Caviezel habla en voz baja y en su discurso hay convicción, fe: «Al final del cañón de una pistola hay casi siempre una persona inocente. Como, hace un par de años, aquella chica que nos miraba y que terminaron ejecutando frente a una cámara de televisión. Claro, siempre podemos volver a la época de Hitler... Sería fácil afirmar que todos los alemanes eran iguales, pero no es así, e igual sucede con los musulmanes». Añade Caviezel, que cita también al comunismo y el modo en que la sociedad del momento miró hacia otra parte cuando ambos regímenes fueron especialmente crueles. La gran motivación fue, reconoce, «hacer posible que se rodara este filme. Resultó todo tan dificultoso... Aproveché mi fama para ello. Resultaba clave hallar a quien se metiera en la piel de Freidoune. Yo era el adecuado, o, al menos, ahí estaba en el momento idóneo». Y recuerda que, aunque de procedencia iraní, el escritor era francés, de ahí que pudiese visitar el país «cuando llegó al poder el ayatolah. Al principio, no quería implicarse en nada, sólo pensó: me pagan bien, voy a ver qué sucede, y, sin embargo, al saber de Soraya a través de Zahra, optó por el camino más complicado. Si no se hubiera comprometido de esa forma el planeta no habría conocido aquel asesinato. Tras aparecer el libro fue acosado, perseguido, su existencia era ardua, se convirtió en un hombre receloso porque lo buscaban, permaneció treinta años oculto... Y utilizó una pluma, no un revólver».
Vivir regidos por el terror
Caviezel vuelve a preguntarse lo mismo: «Esta cinta es controvertida, ¿pero vamos a evitar enfrentarnos con la realidad, porque el miedo es grande? Todos vamos a morir, y queremos que nos recuerden como valientes. Igual que a Freidoune». E insiste: «El mal no tendrá ninguna posibilidad de avanzar si los buenos no tienen miedo. Yo comprendo los sentimientos humanos, aunque, ¿podemos vivir regidos por el terror? Una mala religión, una mala política, sólo llevan a una cosa: la guerra. De continuar esquivando ciertos asuntos por temor, ¿cuántos hermanos y hermanas condenaremos por ello?».
Ha vuelto a la religión y la política; con todo, rehuye hablar sobre ambos conceptos; quizá porque «enseguida te etiquetan. Yo sólo busco paz, calma y amor. Cuando no posee dichas pretensiones, ¿para qué puede servir una religión? Y, por otra parte, si eres un político que inculca miedo, me da exactamente igual el lado del que estés, porque no voy a escucharte».
Reflexivo y con un físico tan imponente como demuestra la fotografía de la izquierda, añade que «existe un hilo en común de las razones sobre todas las contiendas sucedidas en el siglo pasado: la cobardía, no querer contemplar la realidad. La indiferencia es el mayor pecado del XX». Una larga rueda de prensa con poso que Caviezel remata con una cita de Pilates incluida en «La última tentación...» y, antes, cuando alguien quiere saber si ha visitado algún país musulmán: «Sí, conozco varios, y créeme, no tienen las mismas libertades que tú y yo».
El detalle: una distribución casiimposible
Realizada en el ya lejano año 2008, «La verdad de Soraya M.» tiene desde entonces serios problemas de distribución a pesar de haber sido premiada en un par de festivales internacionales y contar con Jim Caviezel en su reparto. El actor (arriba, ayer durante su visita a Madrid) así lo reconoce, e incluso asegura que cuando el filme se presentó en EE UU, las reacciones fueron «asombrosas. La generación actual es desobediente y sólo quiere salvar su propio pellejo. Sobre todo, me comentaban que cómo me atreví a enseñarles una película como ésa, con tanto horror. "No nos dijiste que trataba sobre eso...", aseguraron. A una señora le respondí que, desde luego, resulta difícil ver en una pantalla de cine una lapidación de manera tan realista, pero que para aquella chica fue, seguro, mucho peor...». Caviezel insiste otra vez con fe: «Sí, se trata de una película polémica y controvertida, lo que no significa necesariamente algo malo», añade el protagonista de «La pasión de Cristo».
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