China

Farmacopea del celeste imperio por Fernando Sánchez Dragó

La Razón
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Resignémonos (o no). China no está sólo en China. China está en todas partes. China está aquí. China –pareado– está a la vuelta de la esquina. China –otro pareado– ya no es ultramarina, aunque los ultramarinos de los chinos sean en España omnipresentes. Es, por ello, lógico que la farmacopea del Celeste Imperio se haya puesto de moda. Y si digo Celeste Imperio es porque dicha farmacopea procede de la noche de los tiempos, cuando en China había emperadores y no funcionarios del Partido. Tres son los ases de esa gama de productos –el ginseng, el reishi y el cordiceps–, y los tres pertenecen al mismo género: el de las panaceas de origen natural que todo lo previenen, son naturales y, por ello, inofensivas, y lo mismo sirven para un hilván que para un zurcido. Nada que objetar, excepto una cosa: merece, en principio, desconfianza todo lo que lleva el marbete de made in China. Son los chinos, a falta de emperadores, los reyes de la falsificación. Tomé durante muchos años yinseng, pero dejé de tomarlo debido a la imposibilidad de encontrar alguna marca que me garantizase la probidad del producto. Tomo a diario, como de sobra sabe el lector de esta columna, reishi, pero sólo el que, con garantía de origen ecológico y más de un 50 por ciento de betaglucanos, se cultiva, procesa y envasa en Japón. El cordiceps, extraña simbiosis de oruga y hongo que sólo crece entre 2.600 y 5.000 metros de altura, y que aparece, minúsculo, en primavera a ras del suelo, tiene que ser tibetano, puesto que del Tíbet viene y sólo los tibetanos saben cosecharlo. Desconfíen, o al menos desconfío yo, del que en forma de cápsulas o comprimidos se produce en China. Volveré a hablar de esa seta que es gusano o de ese gusano que es seta, pero será dentro de un mes. También la paciencia cura.