Historia
La caligrafía destripa a Jack
La última víctima de Jack el destripador es Frederick George Abberline, el inspector de Scotland Yard que investigó los crímenes de Whitechapel. El asesinato de cinco prostitutas en este distrito londinene alarmó a los vecinos del barrio. El pánico no tardó en extenderse por la ciudad.
La prensa aireó enseguida un nombre, Jack el destripador, que ha gozado de fortuna literaria. Un seudónimo que desde entonces ha amparado a un hombre sin rostro, a un fantasma que ha alentado todo tipo de hipótesis y ha alimentado el imaginario colectivo con teorías, conjeturas y posibilidades. En 1888, la policía, presionada por el gobierno y el miedo que extendía esa sucesión de muertes, derivó el caso a uno de los agentes más inteligentes y prometedores, pero que, como ha venido a subrayar la historia no fue una decisión acertada: era el propio asesino. José Luis Abad y Benítez es grafólogo. Reivindica su oficio. La validez de sus conclusiones, comenta, fue reconocida por la República de Francia el 4 de febrero de 1971. Ahora ha aplicado su trabajo para desenmascarar a uno de los sádicos más conocidos.
La firma era la clave
Años más tarde, cuando la pista se había perdido entre rumores, tesis y libros, apareció un diario. Los expertos lo examinaron con atención y se determinó su veracidad: pertenecía a Jack el destripador. Sus 63 páginas, en las que se incluyen dibujos de fetos, relataba cómo degollaba a esas mujeres –así lograba que el corazón se detuviera y al rajarlas el tórax la sangre no salpicara– y, después, procedía a desventrarlas. Era su «modus operandi», la huella dactilar que identificaba aquellos cadáveres descuartizados (les cortaba la nariz, los ojos, el pecho, las piernas y las extraía los órganos) con él. Pero no revelaba quién era. Abad y Benítez encontró la prueba incriminatoria en las memorias de Abberline. Al cotejar esa rúbrica con la letra de ese diario comprendió enseguida. La grafía coincidía. Eran la misma persona. «Las mataba por odio a la madre. Era hijo adoptivo y sentía ambivalencia hacia el sexo femenino. Cuando mataba a una prostituta era como si asesinara a su madre. Sentía un impulso criminal. Y, probablemente, padecía episodios de esquizofrenia», comenta a este diario. Señala que estaba obsesionado con obtener el título de «Sir» y que mantenía buena relación con la reina, a pesar de que la insultaba en sus papeles personales, quizá porque debía conocer, con bastantes probabilidades, quién era su progenitor. El autor publica sus resultados en «Jack el Destripador. El asesino más inteligente de la historia», volumen en el que adjunta más pruebas. «Mis conclusiones proceden de una peritación caligráfica», asegura Abad y Benítez, quien aporta otras coincidencias en su libro.
Abberline, según él, poseía una inteligencia inusual, que le llevaba a ironizar sobre sus matanzas. En sus diarios llama ir «trabajar» a sus asesinatos y afirma que «nunca hay un policía cerca» cuando mata. También se ríe del papel que desempeñaban sus colegas de la Policía y redacta: «Cógeme cuando puedas», «estoy bajo tus narices», «los veo (se refiere a sus compañeros) y me río». Otro indicio es el temor que el asesino expresa en su diario a caerse. La ficha policíal de Abberline describe una vena varicosa en su pierna izquierda y se sabe que, como consecuencia de esa lesión, se cayó.
Otros indicios
Abad y Benítez ha comprobado también que una de las firmas de Abberline lleva la forma de un bastón semejante al que aparece en el diario de Jack el destripador, un libro donde el propio asesino menciona a Abberline 24 veces. Le llama bastardo. Curiosamente, Abberline era un bastardo, algo que le obsesionaba.
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