Historia

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Promoción exterior

La Razón
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La reciente publicación de los malos datos de recaudación que el cine español ha cosechado en las taquillas de todo el mundo durante el año 2010 conduce necesariamente a abrir una interrogante fundamental: ¿qué es lo que sucede con la cultura española actual que es incapaz de proyectarse fuera de sus fronteras? Esta pregunta, que vale para cualquiera de las disciplinas artísticas que elijamos como ilustración de dicha problemática, resulta tanto más pertinente cuanto que, en rigor, la calidad de los creadores españoles ha sido y es lo suficientemente elevada como para competir en igualdad de condiciones con la de los productos provenientes de otros países. ¿Por qué entonces tenemos tanta dificultad para que nuestros realizadores, artistas visuales, escritores, etc., ocupen el lugar que les corresponde en el panorama internacional? La respuesta parece estar orientada en una dirección: el sistema cultural español se encuentra sustentado por las administraciones públicas, lo cual ocasiona que, fuera del ámbito de proteccción autóctono, las posibilidades reales de que nuestros productos prosperen son mínimas.

La raíz del mal es la nefasta estrategia de promoción que, desde décadas, lastra nuestra cultura, y cuyo origen radica en la ausencia de un apoyo del capital privado que permitiese el planteamiento de procesos más ambiciosos y eficaces. En un contexto estrictamente mercantilista como el de la cultura internacional, las estrategias que triunfan son las empresariales; lo que, convenientemente traducido, quiere decir que la promoción exterior de la cultura española no puede recaer en una red institucional y minoritaria como es la de los institutos Cervantes. La Administración llega donde llega, y, por más que refine todos sus procedimientos y aumente sus inversiones –cosa ésta última que no va a suceder en mucho tiempo–, el marchamo que acabará imprimiendo en nuestros productos culturales será esencialmente institucional. Y eso –siempre que se trata de ganar posiciones en un mercado– constituye, en realidad, más una rémora que un elemento a favor.