Presentación
Iglesias de París
Asociamos París con monumentos como el Louvre o la Torre Eiffel, o con la moda, el estilo y la gastronomía. Hay otro París, que es el París católico, el de las iglesias que no son sólo Notre-Dame ni el Sacré-Coeur. Las iglesias de París suelen ser góticas, algunas incluso con algún toque románico, como Saint-Germain-des-Prés, o clásicas, de estilo romano y jesuítico, como el impresionante Saint-Sulpice.
El viajero curioso puede dirigir sus pasos a Saint-Étienne-du-Mont, al lado del monstruoso Panteón, y se encontrará con una fina iglesia renacentista, luminosa y casi mundana, de lo elegante que es. A cambio, alberga el relicario de Santa Genoveva, la patrona de la ciudad, desplazada del Panteón, y en una capilla, al fondo, el recuerdo del dramaturgo Jean Racine y del muy atormentado Pascal, que descansan aquí, el primero traído desde Port Royal. El recorrido por las iglesias de la ciudad descubrirá al paseante la inagotable devoción de los parisinos por la Virgen.
Las capillas más iluminadas por las velas, las de muros más oscurecidos por el humo, las de suelos más gastados, las que más dejan ver siglos y siglos de oraciones y de lágrimas, las más historiadas con pequeñas placas de mármol en las que va labrada la palabra «MERCI» suelen ser las dedicadas a la Virgen, como la Virgen de los estudiantes en Saint-Séverin, la Virgen del escultor Pigalle en Saint-Eustache, o Notre-Dame-de-Lorette, que recibía las plegarias de las mujeres perdidas.
Por mucho que se haya hecho en su contra a lo largo de la historia, queda en las iglesias de París algo más que el rastro de la fe. Queda también la dedicación de la soberbia ciudad comerciante y política a la Virgen, que sigue cuidando de todos sus habitantes. Además, en las iglesias parisinas siempre suele suceder algo: están preparando un acto, hay gente trabajando en una capilla, alguien anda tocando el órgano… El catolicismo francés, tan serio, tan comprometido, deja pocas veces vacías las iglesias. Así que un paseo por las iglesias de París, tan agradable de por sí, se convierte en una suerte de peregrinación y en una lección de historia y de dignidad moral.
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