Ministerio de Justicia

Relecturas

Como demuestra Irak tras Sadam, aprobar una constitución y convocar elecciones no significa que haya democracia. Exige también una ética pública 

La Razón
La RazónLa Razón

Repasando papeles, doy con un artículo que publiqué en el mes de mayo de 2007 en un diario. Lo reproduzco ahora en su práctica totalidad, para los lectores de LA RAZÓN. Eran momentos en los que a diario se hablaba del 11-M, el mal llamado «proceso de paz» iba por senderos de escándalo, en la OPA de Endesa se criticó a la Comisión Nacional de la Energía por su poca independencia, era un año de elecciones municipales y se detenía a concejales. El artículo lo titulé «Pues no va a ser el lechero». Si lo reproduzco es porque, tres años después, me resulta muy actual. Aquí va:«Hay que insistir: democracia no sólo es votar. Esto, que es mucho, no deja de ser lo que «entra por los ojos». Exige algo más, por ejemplo, un nivel de vida aceptable, una clase media fuerte, una sociedad civil viva, condiciones de igualdad y pluralidad, meritocracia, etc. Como demuestra Irak tras Sadam, aprobar una constitución y convocar elecciones no significa que haya democracia. Exige también una ética pública para que las instituciones sirvan a sus fines, sin los excesos o desviaciones de un poder que debe ejercerse con responsabilidad e idea de servicio. Y exige unas instituciones que, al margen de intereses partidistas, actúen con independencia. El Poder Judicial es el paradigma, pero ese valor no se agota en él y alcanza también –con sus modulaciones– al Poder político por excelencia, el Ejecutivo, el Gobierno. En España, como en otras democracias occidentales, existen instituciones que pese a estar en la órbita del Ejecutivo, se conciben al margen de intereses partidistas. Ocurre con las llamadas administraciones independientes u organismos reguladores, la policía o el Ministerio Fiscal (...).Churchill acumula tal cantidad de frases célebres que, con seguridad, es de los políticos más citados; citarle tiene el riesgo de caer en el tópico. Aun así invoco la celebérrima frase de que «la democracia es el sistema político en el cual, cuando alguien llama a la puerta de calle a la seis de la mañana, se sabe que es el lechero». Va de suyo que alertaba frente al Estado policial, es decir, aquel en el que las libertades no están aseguradas y el ciudadano no vive tranquilo: puede ser importunado interesadamente por el Poder y sus agentes y no necesariamente por delinquir. En definitiva, si el Estado tiene el monopolio de la fuerza, su instrumento –la policía– debe emplearse rectamente, alejado de todo partidismo y, además, estar atento para que no caiga en la categoría de «poder fáctico». Las desviaciones en el empleo de la policía –por el monopolio que ejerce– se tornan más insoportables, si cabe, que la colonización partidista de otras instituciones del Estado. Por esto desasosiegan las noticias que entorno al 11-M presentan un panorama de confidentes policiales, de siniestros personajes que eran seguidos y que en fechas anteriores se pierden, de explosivos descontrolados en las minas asturianas; desasosiega la actuación de la policía científica, que no se sepa qué explosivo se empleó o el caso del «ácido bórico». Desasosiega que declarada la «tregua» etarra la policía informe que hay un cese real de sus actividades, pero la policía francesa diga que se reorganiza y rearma o que los empresarios sigan extorsionados o que un chivatazo no aclarado alerte a unos etarras de su posible detención… Desasosiega que si un partido hace bandera electoral de la lucha contra la corrupción urbanística, se hagan detenciones puntuales, siempre a personas del partido adversario y con la concurrencia de una prensa previamente alertada.Las Fuerzas de Seguridad gozan de aceptación popular e imagino que, como en todo, hay profesionales buenos y menos buenos. Pero si se deja instrumentalizar, aparte de perder ese prestigio, quienes pagan son los policías, raras veces quienes inspiraron sus desvíos y a la experiencia me remito. Si esa instrumentalización va acompañada de un Ministerio Fiscal que actúa como brazo ejecutor de estrategias no ya gubernamentales, sino partidistas, el círculo se cierra…Y un temor: si se instrumentaliza la policía y al Ministerio Fiscal, ¿qué será si cuaja la idea de que desaparezca el juez de instrucción para atribuir esa tarea al fiscal y, además, darle el monopolio de la acción penal? (…).¿Es posible pedir neutralidad para unas instituciones que están en el organigrama del Ejecutivo o es pedir la cuadratura del círculo? Si lo es, que caigan las caretas, no se mantengan las apariencias y que nadie espere al lechero. Pero hay que pensar que esa neutralidad es posible. Es la normalidad en otras democracias modernas, donde los gobiernos no disponen según sus intereses partidistas de los instrumentos que les da el Estado para garantizar el orden económico, público y la defensa de la legalidad. Quizás nos estemos acostumbrando a que quien llame no sea el lechero; quizás vemos natural que lo hagan órganos reguladores de independencia formal, policías pretorianos o fiscales sujetos al imperio de la oportunidad. Si es así mereceremos esos y otros abusos; seremos dignos de ser gobernados desde el desprecio, porque en el fondo eso, y no otra cosa, es lo que siente por los ciudadanos quien patrimonializa el Estado».