Historia

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OPINIÓN: Escalafón

La Razón
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La división griega de los bípedos implumes en cuatro categorías (dioses, semidioses, héroes y mortales) sigue viva aunque de Grecia y su cultura queden hoy sólo cenizas, como de Italia, pero no por ello dejaron de plantar los fundamentos de nuestra cultura y nuestra forma de entender el mundo. Hemos visto nacer un héroe de aspecto renacentista, Marco Simoncelli, sacrificado en el altar de la gloria y en la estela de otros jóvenes talentos que se dieron a sí mismos por escapar de la condición de mortales y acceder a la siguiente categoría. Lo hicieron, paradójicamente, entregándose temprano a una muerte que, junto al bonito cadáver, dejó en nosotros el impacto de James Dean en el tronco del árbol que le rompió el Porsche y la vida; o la imagen de Marylin muerta que parecía dormida; o la imagen imaginada de Jimmy Hendrix y Jim Morrison ahogados en el éxtasis de heroína que se los llevó. Esta vez han querido los dioses que fuera la rueda de su mejor amigo la primera en tocarlo, ya en el suelo, para que otro rematara la faena que el destino quiso ilustrar con un casco rodando por el asfalto como si saliera directamente de la guerra de Troya. Así como ciertos sucesos (Lady Di) parecen escritos por Shakespeare, algunos otros constituyen una tragedia griega a falta de autor, insistiendo en la insolencia y desmesura del humano que tan bien representan las alas fundidas de Ícaro sobre los gritos del padre angustiado, autor a su pesar de la muerte del hijo. En este mundo en que, después del desembarco de Normandía, ya no queda nada épico más allá de montar en moto ¿De qué otra forma podremos consolarnos que pensando en que Simoncelli seguirá viviendo como héroe en nuestra memoria?