Europa

Barcelona

Seve: la vida se marcha la leyenda queda

La muerte de Ballesteros, en su casa de Pedreña, conmociona al deporte mundial, no sólo al golf

seve
sevelarazon

Severiano Ballesteros nunca más hará un «birdie». Ni deleitará al público con una de esas recuperaciones desde el medio de un bosque que sólo él era capaz de concebir. Pero su carisma y sus hazañas en los campos de golf del mundo entero permanecerán siempre en la memoria de todos los aficionados. Seve falleció a las 2:10 de la madrugrada del viernes al sábado por una insuficiencia respiratoria. Llevaba más de dos años luchando contra un tumor cerebral y su cuerpo dijo basta. Murió en casa, en Pedreña, donde empezó a darle a la pelota. Y lo hizo rodeado de los suyos, como siempre había querido. De ellos se despidió: «Os quiero».

Con Seve desaparecen muchas cosas. Sin él, resultaría difícil entender el golf hoy en día. No sólo en España, donde su figura resultó fundamental para su desarrollo, sino en el mundo entero, donde se llora su muerte como si fuera uno de los suyos. Banderas a media asta, minutos de silencio, imágenes de Seve... En los campos de golf se acordaron de él.

Más de treinta años después de su irrupción en el mundo del golf, no es fácil entender la magnitud de su figura. Lo importante que fue Severiano Ballesteros para el golf. Su lucha y su tesón, primero por popularizar su deporte en España, y, luego, por extenderlo por toda Europa, cuando era coto privado de las Islas Británicas, nunca le será suficientemente agradecido.

Es en Gran Bretaña donde más han sentido su muerte. Casi tanto como en España. «Sevi», como le llamaban allí, era su hijo adoptivo. No en vano el cántabro escogió la previa de un Abierto Británico, el de Carnoustie en 2007, para anunciar su retirada. Y es que Ballesteros mantuvo una relación muy particular de amor y odio con los medios españoles. Siempre recordaba la anécdota de que cuando ganó su primer Masters de Augusta, en 1980, en España estaban dando carreras de caballos por la televisión. Seve quería lo mejor para el golf y nunca tenía suficiente. Era un inconformista por naturaleza.

Seve empezó a forjar su leyenda en los «links» británicos. En la casa club de Royal Lytham & St. Annes, por ejemplo, no se puede dar un paso sin ver una imagen suya. Allí celebró su primer (1979) y su último «grande» (1988). Dos Abiertos Británicos, a los que añadió un tercero en Saint Andrews. La catedral del golf no podía quedarse sin ver al gran «Sevi» ganar.

La niña bonita de Ballesteros siempre fue la Ryder Cup, el enfrentamiento bianual entre Europa y América en busca de la supremacía mundial. No hay dinero en juego, sólo el honor. Seve luchó como el que más por esta competición, que antes de 1979 sólo jugaban jugadores británicos en el bando europeo. «Su pasión por la Ryder era única», recordaba ayer Miguel Ángel Jiménez. «Mis mejores recuerdos con él son en la Ryder, especialmente en la del 87», apuntaba Chema Olazábal, que formó la mejor pareja del mundo durante muchos años con Seve en la Ryder Cup. Tanta era su pasión por este torneo que logró lo que parecía imposible. Fue el primer no británico en ganarla como capitán, y lo hizo en Valderrama, en 1997, la primera edición en toda la historia que no se celebraba en suelo americano o británico. El mérito, suyo. Sólo Seve era capaz de lograr cosas así.

Ahora que el deporte español vive la mejor época de toda su historia, la figura de Severiano Ballesteros adquiere aún mucha más trascendencia. El cántabro fue el precursor de los Gasol, Nadal, Alonso y compañía. Llevaba su sentimiento español por el mundo entero cuando éramos unos desconocidos. Estaba orgulloso, aunque muchos no sabían de qué les hablaba.

Seve se ganó el cariño de la gente desde el primer día. Era un jugador diferente. Era un mago. Era imprevisible. Daba golpes que sus rivales ni siquiera concebían. Su celebración en 1984, gritando «¡la metí, la metí!» con el puño cerrado, en el «green» del 18 del Old Course de Saint Andrews, quedará para la historia. Sus hazañas en Augusta también maravillaron a los americanos, que nunca habían visto nada igual.

La desaparición de Seve deja huérfano al mundo del deporte. Al golf, en particular. Los «birdies» ya nunca sabrán igual. Pero su recuerdo permanecerá en la mente de todos durante mucho tiempo. Hasta siempre, Seve.