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Sumando que es gerundio

La Razón
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En este mes de septiembre, como era de prever, nuestro Gobierno suma problemas de todo orden y, puesto que su naturaleza es tan diversa, cabe dudar de que el resultado sea válido. Son excesivos los frentes abiertos incluso para un político tan polifacético como el leonés Rodríguez Zapatero. Pero tiene también su mérito acumular, sin llegar a despejar, tantos y tan varios problemas. Tal vez Barack Obama sea otro referente, aunque no equivale. Al fin y al cabo, él preside el país todavía más poderoso del mundo y dispone de una moneda, el dólar, bajo paraguas chino, capaz de superar cualquier dificultad. La economía estadounidense, que no acaba de remontar el vuelo, no es comparable con el furgón de cola en muchos aspectos de la Unión Europea, digamos, por ejemplo, la España de las autonomías multiformes. Conviene, sin embargo, considerar que esta suma inacabable no es de responsabilidad única. Parece como si diversas fuerzas se hubieran conjurado para hacer coincidir tan difíciles asuntos. Cabe suponer que la huelga general prevista y jaleada por los sindicatos y hasta por el PP, que la esperaba desde mucho antes, es lo que menos preocupa. Sarkozy acaba de superar la inevitable prueba, pese a que a los franceses se les ha explicado mal el retraso de dos floridos años en una jubilación que podía iniciarse a los sesenta, con cuarenta de cotizaciones. Pero no es lo mismo que afrontaremos al sur de los Pirineos. Lo que preocupa al Gobierno son los escuálidos presupuestos del 2011 que harán rechinar los dientes a los ciudadanos y que han de pasar un doble filtro, el del PNV, que se sabe indispensable, y el de la UE, que entiende ahora que echará una ojeada a todos, por si acaso se alejaran de las directrices germanas.

Los países de la Unión, a diferencia de los EE UU, parecen no tener mucha prisa por recuperar el empleo perdido, ni acelerar la salida de la crisis, alejándose así de los EE UU que van por la senda que les permitió escapar de la Gran Depresión. Optan por el gasto, en tanto que los europeos, ahorran. Los signos sociales, aunque difieran los tiempos, ya han aparecido. Por el momento ningún banquero o gestor ha saltado desde las ventanas de los rascacielos del distrito financiero neoyorquino. Pueden contarse con los dedos de una mano (y sobran) los que han ingresado en prisión, porque corrimos todos a taponar las pérdidas que se habían producido con el dinero de los contribuyentes, los que poco después han ido al paro, perdido sus viviendas, rebajado sueldos y ahora pretenden manifestar a gritos callejeros su malestar o su suma de malestares. Pese a todo, conscientes de la inutilidad de tales ejercicios (los dirigentes sindicales conocen muy bien de dónde emanan las directrices económicas), la huelga anunciada cabrá entenderla como una pataleta inicial, aunque, si todo marcha como prevé el casi ex ministro de Trabajo (cuatro o cinco años para recuperar el empleo perdido, si nada se tuerce) también podría complicarse. Ni lo económico ni lo social –su consecuencia– ofrecen luz alguna. Pero tampoco el panorama político está para echar cohetes. Según las encuestas últimas de opinión, la confianza en los líderes de las principales formaciones, incluso los autonómicos, anda por los suelos. Aún no ha comenzado el otoño, pero los estertores del verano producen enorme desazón. Es posible que 2010 acabe sin recesión ortodoxa, pero lejos de un crecimiento aprovechable.

¿Cómo puede restaurarse la confianza sin que los grandes países avancen ya con seguridad en la regeneración? Los medios de la máxima influencia siembran dudas sobre la solidez de las instituciones financieras europeas. Alguien los inspira y se beneficia. Salvo los países emergentes, la rivalidad entre EE UU y la Unión Europea rompe el esquema de un mundo global. No hay una ordenación cabal del comercio, los nacionalismos con estado propio tratan de encontrar soluciones individualizadas. Pero en un mundo de bloques tal empeño es inútil y perjudicial. No se puede optar por la globalidad y el libre comercio, por los grandes bloques y, a la vez, mantener fórmulas que interfieran el proceso. No existe un internet económico. Los países con gobiernos socialdemócratas (del Sur de Europa) se han doblegado a los del resto del continente en el que priva lo conservador. Sube la extrema derecha y la mención a Keynes constituye una blasfemia. Las circunstancias históricas no son casuales. La ideología deriva del consumismo y el mercado coarta las iniciativas políticas. No es éste el mejor de los mundos, pero es el que es. No resulta, pues, de extrañar que el Gobierno que disfrutamos, además de los fallos que le son propios, se debata en un lodazal de añadidos. Tan sólo en la acción antiterrorista están de acuerdo las dos grandes formaciones políticas, porque cuentan, para ello, con la bendición estadounidense. A la izquierda del PSOE ya no queda nada y a la derecha del PP, tampoco. Se confunden en el gran cero del centro. Y el votante se entiende mal representado, traicionado o abandonado a una suerte que nunca imaginó. Hay algo, sin embargo, que puede parecernos positivo. Es ya muy difícil ir a peor. Se ha tocado, posiblemente, fondo. El cómo y cuándo remontar es ya cuestión de fe. Habrá que ir restando, también gerundio.