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Nuestros demonios por Francisco Rodríguez Adrados
Me propongo siempre no mencionar a los demonios, quiero decir a los de España, para no conjurarlos. Pero se ve que de todos modos se sienten conjurados, son impacientes, ahí los tenemos vivitos y coleando, primero en Valencia, luego, de rebote, en toda España. Diría que con tridente y rabo, con utensilios para emborronar paredes, con medios de comunicación social. ¿Al servicio de alguien que ha perdido las elecciones? (No disimulo mucho) ¿O es para poner a ese alguien, alguienes mejor, al servicio suyo?
Ahí están los viejos demonios de España. No hace falta llamarlos, siempre hay quien los llama. O quizá vengan solos. Quizá en todo el mundo, pero aquí son más vivos, más desvergonzados. Pero si no queremos hablar de demonios, ya un poco pasados de moda en otros lugares, hablemos de la hybris, que es más griego. Y que tiene la ventaja de que quienes la padecen, antes o después la pagan. Entre tanto, hablan de justicia, ellos, y salen en televisión y hasta escuchan elogios. Y los reciben en sus despachos algunos políticos. El más distinguido de ellos estudia Formación Profesional. Qué bien.
Dicen que es que en un instituto de Valencia pasaban frío. Todos lo pasábamos, recuerdo, cuando estudiábamos en el Instituto de Salamanca, una ciudad que a Valencia le gana en frío, pero que con mucho. Luego fui profesor de instituto en Madrid y daba clase, a veces, en una especie de galería acristalada en el piso bajo, abierta a un patio. Conocí bien el frío cuando contaba, más o menos, los años del actual caudillo antifrío. ¿Y sabe lo que hacíamos, los alumno y yo? Pues aguantarlo. Éramos solidarios.
Me he pasado toda la vida en los centros de enseñanza, padeciendo el frío y el calor y cosas peores. ¿Y saben lo que hacía, lo que hacíamos? Ya lo dije, aguantarlo esperando tiempos mejores. O, alternativamente, estudiar y enseñar. Yo y todos. No aprovechar el frío para aumentar la confusión, que ya es bastante.
Nada me ha molestado más toda la vida que el estudiante que no estudia ¡y encima redime a la patria y protesta por todo, ya ni se sabe! Conozco a los supuestos revolucionarios y redentores desde años infinitos. ¡Qué desgracia! Basta esperar un poco ¡y se han hecho más burgueses que uno!
Ya sé que los hay de buena fe, tienen 20 años o menos y creen que van a arreglar el mundo. Les engaña alguien que no da la cara o que se queda en segundo plano, justifica a los de la huelga, víctimas, dice, de injusticias. Espera a ver si así le cae a él algo, hoy o mañana, se va creando el clima. Alguien que espera a ver si a un guardia le fallan los nervios y hace algo inadecuado, no quiero precisar, ya saben, y así se carga de razón, se convierte también él en un mártir, a ver si al final cae el gobierno, o lo que sea, entre tanto hay que ir poniendo la mano a ver qué cae.
Claro, ese promotor a distancia de follones, calentito en su casa o sindicato, siempre encontrará a ingenuos que le sigan. Unos se sienten redentores del mundo, otros, sencillamente, no gustan del estudio. El jugar a las carreras con los guardias, las pedradas, son cosa divertida, brota la adrenalina, se creen héroes.
Siempre he detestado a los sindicatos de estudiantes, a todos, siempre engañados por los aprovechados. Recuerdo el SEU: Me inscribí el último día del plazo cuando lo hicieron obligatorio, mérito no tenía ninguno, pero una secretaria compasiva añadió por las buenas: «Siendo considerado adicto». Me divertí otra vez cuando, estando yo en aquella clase friolenta, los jefes del SEU entraron, rompiendo los cristales, perseguido por los estudiantes. Fue la primera revolución antifranquista, creo que la del 56 (algunos de esos perseguidos llegaron a ministros).
A Franco, en el 65, prácticamente, pocos le apoyaban, pero que vinieran a incordiarnos y no nos dejaran dar clase y organizaran asambleas y motines cada día, me resultaba indecente. Nosotros íbamos allí a trabajar. Un día, salía yo con el coche y me pusieron delante un alambre atravesado, mientras un individuo me amenazaba con un pedrusco. Yo, insensato o no, me bajé y le dije: «¿Qué haces aquí con eso? Tíralo».
Es claro que no tenía madera de asesino, alguien había abusado de él. Lo que quiero decir es que a mí no me importó nunca el color de esas organizaciones, me resultaban, me resultan simplemente odiosas. Abusan de los chicos, abusan de los profesores y de todos los que supuestamente abusan de la sociedad. Más abusan ellos.
Para los que, en la función que sea, cultivan la enseñanza, disfrutan enseñando o aprendiendo, todos esos alborotadores son un mal ejemplo. En realidad, en España han significado la decadencia de la enseñanza. Pero un ejemplo peor son los que engañan y utilizan a los estudiantes (y a los no estudiantes). Son los demonios o los hombres de hybris de que al comienzo hablé. Los mismos, otra vez, del 2004. Ahora los tenemos otra vez aquí.
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