Córdoba

Las radios

La Razón
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La decisión de impedir la entrada de las radios a los campos de fútbol tritura una tradición y discrimina a los trabajadores. Radio y fútbol han ido siempre de la mano en España. Ahora, con la televisión, los partidos retransmitidos por radio interesan y entretienen a todos aquellos que no pueden sentarse ante una pantalla por obligaciones laborales. También hay maravillosos locos de la radio que sintonizan con una emisora para oír la narración del partido que están viendo en una tribuna cualquiera de cualquier estadio. Lo que sus ojos ven carece de veracidad si no se lo confirma el grito «¡goooooollll!». del locutor de turno. El negocio del fútbol está en la televisión y no en la radio, y el afán recaudador de la Liga de Fútbol Profesional se va a volver en su contra.

El periodismo deportivo radiofónico de España es cimero. Los de mi edad crecimos con el viejo «Carrusel Deportivo» de aquella SER que no contrataba a Valdano. El «Carrusel» era el referente de la cadena de los Fontán y los Garrigues, y con Polanco se reforzó aún más. No es una cuestión de amistad. Ares y Rosety, los dos nacidos en Antena-3 de Radio con José María García y Manuel Martín Ferrand, son los grandes narradores de de los últimos veinte años. Pero lo cierto es que muchos han alcanzado la maestría, la licenciatura que se inventó a pie de portería don Matías Prats Cañete, que ha pasado a la historia de la Radio por su patriótica y vibrante narración del gol de Zarra a los ingleses en el Mundial de Río de Janeiro. Me lo contaba él mismo, años atrás, para demostrarme que los españoles somos bastante raros en esto del fútbol. Fue nombrado Hijo Predilecto de Córdoba. La gran sala abarrotada. El alcalde –todavía no era la tránsfuga Aguilar– le rogó que narrara, cuarenta años después, el gol de Zarra. Matías se lo sabía de memoria. Lo hizo. Y cuando llegó el momento de ulular «gooool», los asistentes al acto se levantaron de sus asientos, elevaron los brazos, gritaron enloquecidos y se intercambiaron abrazos fuertes y conmovidos. Matías Prats, como se sabe en la profesión periodística, «seseaba» como buen andaluz, y para simular su acento pronunciaba la «f» para suplir su poco dominio de la «c». Por ejemplo, «El Real Madrid gana por tres a «fero» al Real Faragofa». Un maestro simpatiquísimo y respetado por todos.

El domingo por la tarde tenía sonido a radio. Los taxistas en las paradas, los paseantes forofos, los abuelos que jugaban con sus nietos en El Retiro, llevaban sus transistores sintonizados. Se oían más los pitidos anunciadores de noticias y los goles entonados que el canto de los pájaros o las bocinas de los coches. España era una radio en las tardes domingueras. Y prohibir su presencia en los estadios no puede ser analizado desde el egoísmo económico, sino desde la ruptura tradicional. Como toda costumbre establecida y arraigada, se ha convertido en un derecho de la ciudadanía. El taxista que no libra, el conductor de autobús, el camarero, el guarda... todos los trabajadores que no pueden ver la televisión en sus horas de trabajo serán los perjudicados por esta medida usurera. Es de esperar que los grandes clubes se pongan de acuerdo para desandar el mal camino emprendido con esta decisión. El Sevilla ha dado el primer paso y el ejemplo. Se limita el derecho a ser informado en un asunto que es de interés general, y que una buena parte de la ciudadanía considera imprescindible. Se espera la rectificación inmediata de estos recaudadores de las pelotas, y nunca mejor dicho.