Estados Unidos
Amanecer en Libia
Pocas horas antes de la intervención aliada, las tropas de Gadafi estaban a las puertas de Bengasi. Unos días más, tal vez unas horas, y el coronel habría ganado la partida que se lleva jugando en Libia desde febrero. Los intereses de las democracias liberales habrían quedado en peligro, porque la mayor parte de sus gobiernos se habían comprometido con duras declaraciones contra Gadafi. Y la ola de cambio en los países árabes habría llegado a su final.
Habría quedado claro que las democracias liberales permanecen indiferentes a la suerte de quienes se han empezado a mover (por los motivos que sean) para quitarse de encima regímenes de corrupción y de autoritarismo insoportables.
En el desencadenamiento de la operación Odisea al Amanecer han jugado elementos importantes, algunos de ellos nuevos, en la escena internacional. Es posible que al protagonismo de Francia haya contribuido la competencia con China, reticente a la intervención: los intereses franceses quieren recuperar en África el terreno perdido por la agresiva política comercial e inversora del Gobierno chino. A la aparición de agentes nuevos se añade la nueva posición de Estados Unidos. Durante unos días, bastante extraordinarios, hemos asistido a lo que podría ser un mundo sin Estados Unidos: sin el protagonismo y el liderazgo norteamericano de los últimos setenta años. Ha habido una parte de teatro, para evitar las reacciones de la izquierda y de la opinión árabe, pero también hay una parte de realidad. Robert Gates, el jefe del Pentágono, no bromeaba cuando dijo, hace dos semanas, que Estados Unidos tenía bastante con dos guerras.
Sea lo que sea, y aunque fuera en el último momento, la intervención de una coalición de aliados democráticos plantea un escenario inédito hasta aquí. En cuanto al pasado, obliga a revisar la condena de la intervención en Irak: no se entiende que quienes ahora apoyen la intervención en Libia rechazaran la idea de que los iraquíes pudieran vivir libres de Sadam Hussein. Tampoco se puede andar preconizando la salida rápida de Afganistán y de Irak cuando se acaba de intervenir en Libia. En cuanto al futuro, las democracias liberales, en particular las europeas, habrán de enfrentarse a la tarea de estabilizar y ayudar a la prosperidad del gran Oriente Medio en vez de huir de cualquier responsabilidad ante una tarea histórica. La política de no ver, no escuchar, no decir y no actuar ha quedado seriamente tocada.
Una parte fundamental de esa nueva política será la acción en Libia a partir de aquí. Se insiste en que la resolución del Consejo de Seguridad permite sólo la protección de la población ante los ataques de Gadafi, no la sustitución de este. ¿Quiere decir eso que se va dejar a Gadafi seguir en el poder después de lo ocurrido? ¿O que no se va a contribuir a establecer un régimen mínimamente civilizado en Libia? Sería positivo que la operación Odisea al Amanecer señalara el principio de una política más humana –y más realista– que la seguida hasta aquí por las democracias europeas.
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