Extremadura
Monstruos
No hay como la carencia de algo para valorarlo. Cuando volvía de Albania o de Kosovo, en mis tiempos de reportera, me sorprendía que nadie disparase, que hubiese asfalto en los caminos y los niños no mendigasen. Creo que nunca he comprendido mejor la brutalidad de ETA que cuando mataba después de aquellos viajes, porque me hacía comprender que nos retrotraía al subdesarrollo moral de los países donde limpiar las calles o respetar la vida ajena ni se plantea. LA RAZÓN daba ayer la impresionante noticia de una mujer detenida en Extremadura adonde había huido tras haber asesinado a su bebé recién nacido en Alemania. No hace mucho ocurrió también que una señora de Mallorca mató a su hijo y lo enterró en una maleta para seguir viviendo una aventura amorosa. Cada vez son más frecuentes los casos de mujeres que tiran bebés a la basura o abandonan a sus niños. Supongo que los que empezaron a teorizar sobre el relativismo nunca imaginaron que realmente todo pudiera ser relativo. Estoy segura de que consideraban imposible que desapareciesen los sentimientos maternales, por ejemplo. De otro modo no se hubiesen atrevido a desmontar los frágiles eslabones que engarzan los amores, respetos, límites que hacen de la vida humana algo bueno. A medida que todo se pone en duda aparecen entre nosotros comportamientos que creíamos erradicados. Canibalismo, esclavitud, persecución religiosa. Cuando regresaba de Kosovo, me parecía imposible que aquel pedazo de tierra evolucionase. Me dicen que en Albania se sigue vendiendo el virgo de las chicas o traficando con bebés. Algún día ocurrirá esto aquí. Me pregunto cómo retrocederemos a la civilización entonces.
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