China
Se derrite el planeta
La frustración ha sido la tónica en la lucha contra el calentamiento global
Años ochenta. Los científicos valoran los efectos de los gases de efecto invernadero y calculan que no impactarán con fuerza hasta bien entrado el siglo XXI. Año 2005. El hielo del Ártico está desapareciendo y los glaciares de Groenlandia y el Antártico se funden de nuevo con el mar.
«Hay que actuar». «Debemos reaccionar». «El tiempo se agota». El bombardeo de «slogans» es constante: desde la ONU hasta los países desarrollados. El protocolo de Kioto ya sentaba las bases para un compromiso de reducción de emisiones entre 2008 y 2010. La Cumbre de Copenhague organizada en 2009 por Naciones Unidas se presumía histórica. El mundo esperaba un cambio inminente. ¿El resultado? Una tímida declaración de intenciones que ni siquiera fue aprobada unánimemente por las naciones.
La sociedad ya no sabe qué creer. Y «travesuras» como el «Climagate», a finales de 2009, ayudan poco. Leer las conversaciones de dos prestigiosos expertos que, se creyó entonces, hablaban de alterar datos para reforzar sus tésis, podía contrarrestrar incluso la arrolladora campaña de «marketing» diseñada por Al Gore a través de su oscarizada «Una verdad incómoda» (2007).
Pero no son más que anécdotas. Lo que más le frustra al ciudadano que separa el plástico del vidrio es comprobar que la lucha contra el calentamiento no deja de ser un tira y afloja económico y, en el peor de los casos, político. EE UU y China. Ambos son los países más contaminantes del mundo. El primero no recortará sus emisiones mientras China continúe comiéndose el mercado. El segundo se justifica diciendo que, como nueva potencia, sólo lleva unos años lanzando emisiones.
La de Cancún 2010 fue una de las cumbres más insulsas que se recuerdan y, un año más, habrá que esperar al que viene. Todo sea que, dentro de una década, las consignas ya no sirvan para mucho .
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