San Francisco
Wolfgang e Iván por Lucas Haurie
Los criterios de desempate de la UEFA están patrocinados por la farmacéutica que distribuye la Cafinitrina, la pastilla sublingual que toman los cardiópatas en momentos de máxima tensión para prevenir los infartos. Si el aleteo de una mariposa en Pekín, según la fórmula canónica, puede provocar un terremoto en San Francisco, el resbalón de un central en Poznan podría llenar de futbolistas talentosos temporalmente residentes en Danzig un avión con destino a Barajas. Así no hay manera de tomarse tranquilo la tortilla de papas en el descanso, un cuarto de hora desperdiciado en absurdas cábalas (y si empatamos a tres y los irlandeses bailan una polka mientras Italia saca un córner, ¿qué pasa?). Ni el gazpacho bebido lograba abrirse hasta el estómago. En las vísperas, para agitar las sospechas de «biscotto», el sevillista Iván Rakitic habló con su amigo Negredo. No amañaban el resultado, sino que el madrileño le explicaba a su colega cómo se hace para fallar una ocasión clamorosa en un momento decisivo. Gracias a su error y a otro del árbitro alemán, Wolfgang Stark, que dejó sin sancionar un penalti clarísimo de Busquets en el minuto 86, la empanada española no terminó en tragedia. Porque, durante muchos minutos, se mascó. Pero todavía le quedaba humor a algún malvado para, con otro partido concluido, insinuar que un gol croata en el descuento no tendría más consecuencia que la eliminación de los de Prandelli, que van por el otro lado del cuadro y que, si llegan a la final, será a costa de la temida Alemania.
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