Tokio
Tokio 24 horas después
Las sirenas de ambulancias y coches de bomberos rompían anoche la calma en las avenidas semi desiertas de la capital japonesa. El centro de Tokio, uno de los mayores hormigueros del planeta, se presentaba irreconocible. No por los destrozos causados por el seísmo, inapreciables a simple vista, sino por el susto que se ha llevado su población.
Los tokiotas desertaron ayer en masa las plazas y calles que un sábado cualquiera sirven de escenario a una avalancha heterogénea de peatones, que nunca descansa en busca de un centro comercial, un restaurante, un bar, o una boca de metro por la que regresar al hogar.
«La gente se ha quedado en casa porque temen réplicas. Lo del viernes fue la experiencia más traumática de mi vida y quiero estar cerca de mis hijos», explicaba en el metro una japonesa de 43 años que regresaba a casa tras una jornada laboral a la que no faltó. A pesar de que sus habitantes tardarán en recuperarse del susto, en Tokio se trabaja duro para volver a la normalidad. Los transportes públicos, al menos las líneas principales, tardaron menos de 24 horas en volver a funcionar. Los negocios, muchos con pequeños problemas de desabastecimiento, abrían sus puertas. «Hoy, simplemente, nadie ha venido a reponer la mercancía», aseguraba un dependiente.
En las aceras del barrio tecnológico de Akihabara, la meca del cómic manga y los videojuegos, volvían a aparecer distribuidores de publicidad disfrazados como extravagantes personajes de ficción: jovencitas ataviadas como hadas sensuales y grupos de muchachos con el pelo encrespado y los ojos pintados. Más allá de los cambios en el pulso vital de la ciudad, resultaba difícil encontrar restos del temblor de tierra. Sólo desde la altura, en el avión, se distinguían columnas de humo extinguiéndose y era necesario viajar varios kilómetros en busca de los pocos edificios cuyas estructuras habían resultado visiblemente afectadas.
El miedo a una nueva réplica no parecía infundado. No sólo no lo descartan los expertos, sino que a cada rato, se volvía a materializar. A las diez de la noche, hora local, las paredes temblaron levemente y el suelo vibró. Una de tantas. Según la televisión japonesa, desde que se produjo el seísmo ha habido más de cien pequeños temblores de escasa intensidad.
Con los transportes prácticamente normalizados, cientos de miles de trabajadores y oficinistas se dirigían a casa ayer después de una jornada un poco más larga de lo normal. Muchos pasaron la noche sobre la moqueta de la oficina, apretados en las escaleras del metro, en el sillón de la casa de un amigo, en hoteles o incluso en soportales. Más difícil lo tenían quienes pretendían viajar a otras ciudades, especialmente los pocos obstinados en llegar al noreste del país, a las zonas más castigadas por el tsunami. Algunas empresas prohibieron a sus trabajadores hacerlo, no sólo cancelando viajes de negocio, sino también pidiendo que sus empleados posterguen planes privados, incluidas reuniones familiares.
Sorprende, una vez más, la disciplina y la dedicación laboral nipona. «Tras el terremoto no podía volver a casa, así que me quedé en la oficina. Aproveché para trabajar y terminar cosas pendientes. La verdad, no tenía nada mejor que hacer. Dormí un rato en la silla y por la mañana seguí trabajando. Ahora me voy a casa», comentaba un oficinista en la boca del metro de Akihabara. Ni el mayor terremoto de la historia puede con la pasión por el trabajo del pueblo japonés.
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