Literatura

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El pinto del «caso umbra» por José Clemente

La Razón
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El llamado «caso Umbra» que investiga supuestas irregularidades llevadas a cabo por el Ayuntamiento de Murcia en relación al convenio urbanístico de la zona norte, con el alcalde a la cabeza y la oposición socialista dando su apoyo en el pleno municipal que lo aprobó en 2001, se parece cada día más a una de esas novelas de Agatha Christie, en el que el fiscal-jefe interpretaría el papel del detective belga, Hércules Poirot, y el juez titular del número 8 de Instrucción de Murcia, el de miss Marple. Les comparo, dicho sea con todo el respeto con estos célebres personajes de la literatura inglesa del género negro, por no hacerlo con Sherlock Holmes y su ayudante mister Watson, del también escritor británico Artur Conan Doyle, por considerar mucho más sesudos a estos segundos personajes de ficción, fríos, calculadores, ingeniosos e intelectualmente bien formados para la investigación detectivesca y, sobre todo, por su seriedad, cualidades de las que desgraciadamente no gozan los personajes de Christie. No en vano, ambos escritores protagonizaron una acalorada polémica sobre los orígenes del género y de sus personajes que cayó del lado de Conan Doyle, al reconocer que se había inspirado en aquél otro detective francés conocido como Auguste Dupin, ideado por el también escritor Edgar Allan Poe. Y digo que se parecen más a los personajes de Christie que a los de Conan Doyle, porque a estas alturas de la investigación del «caso Umbra» descubrimos la pieza que faltaba cuando se han ido cayendo las restantes por el camino, una pieza que no es otra que la de un pintor de brocha gorda, natural de Torreagüera, quien al parecer, según cree la Fiscalía y parece ser que también el juez instructor, se lo llevó crudo de verdad, pero que muy crudo, tanto que ha tenido que refugiarse en una isla caribeña para escapar a la implacable acción de los Hércules Poirot y miss Marple murcianos. Aunque a tal malvado malhechor le auguro un final parecido al de Juan Morales, es decir, antes o después será atrapado o acabará por entregarse si antes de Navidad se puede comer los turrones en casa, como sucederá con el ex alcalde de Totana, que tacha en su calendario de «Pictografía» los días que le quedan de trena para salir por la puerta grande, mientras consume las horas entre «peli y peli», sus buenos desayunos y meriendas carcelarias y el menú con pastitas a la hora del té o del comienzo de los toros. Un pintor, ese de brocha gorda, que parece ser que fue el más malo de los malos de la película del «caso Umbra». O ese tal Renato de Noce, que rehabilitó poco menos que la Capilla Sixtina y encima le critican que era caro. Un ingeniero metido a arquitecto que ha remodelado una docena de monumentos, entre los que figuran el Convento de Santa María de Avellino de Nápoles, el complejo monumental de Santa Patricia de la Universidad también de Nápoles, la Estación Zoológica de esa misma ciudad, el Claustro de la Universidad Oriental y más tarde el Casino de Murcia, y le investigan más a que a cualquier chorizo del narcotráfico por haber cobrado dos millones de estipendio por su trabajo. Poirot y Marple han debido sufrir un golpe de calor, cosas que da la tierra, y en su función detectivesca por meter a alguien en la cárcel lo mismo buscan por Trapería que se van hasta el Caribe siguiendo el perfume axilar del pintor de brocha gorda. Por eso el «caso Umbra» se asemeja cada vez más a una novela de Agatha Christie que a otra cosa, porque si al estallar el escándalo fueron estérilmente a por De Noce, anteayer lo hacían por el asunto del «protocolo» y el día siguiente por el pintor de brocha generosa. Ya sólo queda por saber cuántos vienen detrás, porque la imaginación de Poirot y Marple no conoce límites, y menos, el de la vergüenza ajena.