Libros

Libros

La felicidad compulsiva

La Razón
La RazónLa Razón

Ahora que agosto, y con él el verano oficial, galopa hacia su final, no viene mal una reflexión sobre la búsqueda de la felicidad que mucha buena gente -con duros meses a sus espaldas el resto del año- persigue. Algo que queda simbolizado en ese veraneo particular que se acaba convirtiendo en una búsqueda de masas.
Este imperativo casi categórico de la felicidad concentrada en un mes de vacaciones provoca -como saben muchos psicólogos, que hacen en septiembre su particular agosto- estrés y frustraciones. Nada hay en el mundo que nos dé la permanencia de felicidad plena, y menos un mes de asueto pagado –quienes tengan la suerte de contar con un trabajo, claro-, porque la vida es trágica por naturaleza, y nada hay que nos consuele de sus inevitables dolores y menos aún del paso del tiempo.
La cuestión, consecuentemente, es otra: conocer esos límites de lo que puede dar la vida, reivindicar, y luchar, más que por la imposible plenitud, por la alegría, por la celebración de los dones, de los regalos, que la vida nos depara, y el sentimiento del desasimiento terapéutico de tantas cosas que en la sociedad actual se viven de manera compulsiva, como viajar mucho a todas partes, vivir muchas experiencias más o menos exóticas o pasar muchas horas al sol…
No se trata –más bien todo lo contrario- de reivindicar un ascetismo extremo o una especie de liberación budista de las pasiones, sino de, una vez conocido y experimentado el sentimiento trágico de la vida, levantarse sobre él y en un tercer bucle de la experiencia, aceptar como regalo la gracia gratuita -aunque sin un fin ni un sentido- de haber vivido, de estar vivos todavía. O sea, que la redentora voluntad de ser felices no se convierta en la obsesiva esclavitud de la felicidad.