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El arte de la intriga
No tienen razón los del PP cuando hablan de Rubalcaba como un hombre malvado. Simplemente es su peculiar y traviesa forma de ser. El nuevo presidente-bis está encantado de verse en este cargo tan impresionante como trabajado. Los que le dieron por muerto después de ejercer de portavoz del famoso Gobierno de los GAL no conocían bien al hoy poderoso triministro. Se buscó un rincón en Gobelas para desde allí meterse otra vez en las tripas del partido sin que nadie se diera cuenta de ello. Eran momentos en los que el felipismo estaba mal visto, pero él supo abrazar los nuevos tiempos confundiéndose con un entorno repleto de trinis y pajines. Y ahí está desde entonces, a la sombra de Zapatero, de consejero áulico para asuntos discretos, gestor de componendas, maestro de contiendas, controlador de todo cuanto se mueve. Una especie de Guerra con barba y menos sorna aunque con más recorrido. Las antenas del vice-one barren todo el espectro y su alargado brazo llega donde a otros les resulta difícil. Gracias probablemente a su dominio del universo mediático. Tanto que las operaciones especiales del famoso «comando Rubalcaba» constituyen ya una auténtica leyenda. Aunque el comando como tal «no existe». Se siente y se presiente, pero nadie sabe a ciencia cierta quienes son sus miembros «legales» o «ilegales». Eso sí, hay gran literatura al respecto. Ora filtraciones, ora reuniones, ora conspiraciones. Demasiado trajín para un hombre solo con su teléfono móvil.
Zapatero sabe lo quiere. Perdida la baza de la economía, sólo queda la opción del trabajo soterrado. Objetivo: desestabilizar a Rajoy con gürteles, corrupciones provinciales y mucho comentario argumentando que el presidente del PP no hace nada. Ellos no saben pero Rajoy es peor. El paro no desciende pero Rajoy no aporta soluciones. Zapatero está estancado pero Rajoy no tiene alternativa. Y para ese trabajo resulta fundamental el perfil del nuevo hombre fuerte del Gobierno. «Alfredo o el arte de la intriga», decía de él, en tono de elogio definitorio, uno de sus antiguos compañeros del felipismo. Aunque no siempre su trabajo resultara eficaz: el GAL acabó salpicando a González y el caso Faisán sigue abierto pese a su intento vano por cerrarlo.
La otra tarea que Zapatero le ha encargado a su «elegido» es la de ETA. Arreglar lo de ETA como sea. Blanquear si es necesario a Batasuna con megaentrevistas a Otegui. Jugar a buenos y malos para que en un año la banda exprese su voluntad de negociar una salida honrosa. Si lo de ETA sale bien y la economía no va a peor, el PSOE volverá a tener algún tipo de esperanza. Ahí es donde encuentra ZP su última baza. Y por eso le ha entregado el Gobierno a este químico cántabro experto en telemárketing y curtido en las más complicadas experiencias. Del 11-M salió airoso acusando al Gobierno de mentir y empleando con destreza a los medios. Trabajos similares es capaz de hacerlos sin el mayor problema. Tiene la ventaja de que en el PP no ha hallado a nadie que le iguale en versatilidad. Quizás pudo ser Cascos en otra época. Quizás Ramallo. Zaplana en lo que a capacidad de orquestación se refiere. Pero en cuanto a control del escenario y manejo de personajes y tiempos, el partido de Rajoy parte hoy con desventaja. Y ahí puede hacer daño el nuevo portavoz del Gobierno.
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