España

Túnez fracaso de Europa

La Razón
La RazónLa Razón

La convulsión social y política que sufre Túnez desde hace días desembocó ayer en un golpe de Estado. El presidente Ben Ali, en el cargo desde hace dos décadas, ha sido expulsado del país por el primer ministro, Mohammed Ghannouchi, y el Ejército ha tomado el control. Aunque se trate de una pequeña nación de apenas10 millones de habitantes, su papel en el Magreb no es menor y cuanto allí suceda tiene repercusiones en la política mediterránea, de la que España es parte sustancial. Tampoco son menores los intereses comerciales y turísticos de los empresarios españoles que están en juego. Preocupación añadida para Moncloa es la permanencia de varias decenas de turistas españoles que ayer estaban atrapados en sus hoteles sin poder salir por el cierre del espacio aéreo. La gestión del Ministerio de Exteriores para acelerar la repatriación y tranquilizar a los familiares es manifiestamente mejorable, en opinión de varios afectados que así lo han denunciado a los medios de comunicación. Por lo demás, la grave crisis tunecina reactiva el temor al avance del radicalismo islamista y a que Al Qaida aproveche las fisuras de la revuelta para infiltrarse en las capas más populares. Durante años, Túnez ha ofrecido la imagen amable y moderada de un país que, siendo musulmán, sabía abrirse al influjo occidental, observaba unos usos democráticos aparentes y se consolidaba como destino turístico atractivo y competitivo que impulsaba el crecimiento económico. Tal vez fue así durante algunos años, pero a raíz de las elecciones presidenciales de 2009, en las que Ben Ali no tuvo recato alguno en regalarse un pucherazo con el 90% de los votos, todo el decorado empezó a desmoronarse. Lo que se mostró a la vista de todos fue una Administración corrompida, unos dirigentes preocupados solamente en enriquecerse y una Jefatura del Estado que había convertido el país en un cortijo particular. También salió a flote una sociedad más empobrecida y una juventud a la que se le habían cerrado las puertas del futuro. Sólo era cuestión de tiempo que cualquier medida gubernamental, como el encarecimiento de los alimentos básicos, detonara el descontento social e hiciera saltar por los aires el aparente régimen de estabilidad. De ahí que el fracaso de este pequeño país magrebí sea también el fracaso de la política europea en la zona. Para conjurar la amenaza del terrorismo islámico no basta con auspiciar gobiernos fuertes e inequívocamente comprometidos en la lucha contra Al Qaida. También resulta imprescindible una organización política y económica que garantice la justa distribución de la riqueza, de modo que el progreso económico llegue a todas las capas sociales y no beneficie únicamente a las castas del poder. La obscena cleptomanía de la familia de Ben Ali, que ha acaparado todos los resortes económicos imaginables, es el vivo reflejo de unos dirigentes que se han mantenido en el poder gracias al apoyo tácito o directo de países europeos como Francia, España o Italia, mientras bajo sus pies se gestaba la revuelta de los desheredados. El caso de Túnez obliga a la UE, empezando por España, a revisar su política en el Magreb porque de seguir así no será la última crisis que convulsione el área y sus efectos no será tan controlables.