Libros

Sevilla

Ilusión responsable en el Tiro de Línea

Los costaleros copan el protagonismo y el tono de las conversaciones en los prolegómenos de la estación de penitencia.

034sev19fot1000
034sev19fot1000larazon

SEVILLA- «¿Salimos?, a ver si va a pasar lo mismo que el año pasado», y el silencio se hace presente entre un grupo de nazarenos de Santa Genoveva. Son cuatro chicas de no más de 16 años, del barrio, «de toda la vida», como ocurre con la hermandad de sus abuelos, que pusieron todo su empeño en dar realce a los pasos de la cofradía cuando al Tiro de Línea se llegaba tras las vías. Han vivido con las palabras Cautivo y Mercedes en los labios desde que de pequeños se perdían entre las largas filas de nazarenos en la avenida de los Teatinos. La arteria de un barrio por la que cada año se le insufla a los vecinos la esencia cofrade de la Sevilla que llegó desde el centro para replantar la semilla de las cofradías que «mandaban». Nerviosas, no dejan de mirar el teléfono móvil y de morderse los guantes ante el silencio del micrófono por el que tiene que hablar el hermano mayor. «El año pasado nos mojamos y perdimos a mi primo durante un buen rato, vaya susto», comenta una de ellas.
Fuera el cielo es de color panza de burro y desde los balcones enrejados no se ve bien. «¿Qué pasa?, ¿se sabe algo?», espeta la voz chillona de una vecina vieja, que pese a no salir de su casa, se ha puesto las mejores galas para ver la procesión. «¡No!, a que la lía la junta otra vez. Tanto correr para que al final nos cayera encima la mundial (risas)», contesta desganado un costalero que acaba de llegar del templo tras una mirada a su interior. Sale a fumar un cigarro con otros compañeros de la cuadrilla. La mayoría no pasa de los treinta años y tiene una expresión en el rostro impostada, artificial y falsa. Igual que su acento sevillano, exagerando las «s», diciendo mucho «miarma» y hablando con un cigarrillo en la mano. Son los nuevos chulapos del siglo XXI, que siempre están pendientes de «tomarse una ‘servesa'», mientras se comenta con cierto aire de satisfacción «el trabajo» que les han dado los capataces. Estos tienen un comportamiento similar, entran mirando al frente en la iglesia. «Aquí estamos nosotros», parece que dicen entre dientes, moviéndose como los protagonistas de «Reservoir Dogs».
Se reparten los abrazos, las miradas y cierta cara de satisfacción. Llegan los Villanueva y es como si se hubiera parado el tiempo. Los «peones» del costal, que les tapa los ojos, les saludan con gestos de complicidad y cierto servilismo. Son la familia, los jefes del clan y de la tribu a los que hay que respetar para poder ser alguien durante unas horas y acabar con el anonimato que da la ordinaria rutina del resto del año.


«No llores Jesús, no llores»
Casi no puede andar y le tiembla la voz al hablar. No lleva traje, ni corbata, pero todos le hacen un sitio para que esté lo más cerca posible del paso. Arrastra los pies y llega hasta una silla plegable y se queda embelesado ante la tez morena del Cautivo. «Hay que ver lo que le quiero», dice el hermano que le ha ayudado a llegar hasta allí. Junto a él, un corrillo de nazarenos y costaleros. Nadie se fija, pero se le caen dos lágrimas por las mejillas. En silencio, sin que nadie lo vea, se le acerca un hermano que le acaricia y le dice «no llores Jesús, no llores».