Filosofía
Hasta otra
Si de lo que se trataba era de reflexionar cumplí con los deberes, por más que la concentración de la Puerta del Sol no sea más que una distracción que dudo que altere el sentido del voto. He pasado por allí, profesionalidad obliga, y me da a mí que muchos de los que están allí han ejercido en poquísimas ocasiones su derecho al voto. Están en su derecho.
Creen que esta democracia de democracia sólo tiene el nombre y que sufre de múltiples carencias. Seguro. Alguien dijo que la democracia es la dictadura de la mayoría y no le faltaba razón. Pero si encuentran otro régimen mejor, que nos lo digan. Eso sí, comparto con ellos que nuestra democracia necesita pasar la ITV. Recuerdo cómo me ilusionó votar la primera vez y un cuarto de siglo después no me reconozco. Ahora lo vivo como un trámite y con cierta pereza porque el colegio electoral me pilla un poco lejos. Echo el sobre en la urna y ni una palpitación de emoción. Nada. No creo que sea cuestión de la edad, se trata de un entusiasmo que ya no existe. La clase política tiene su parte de culpa: algún que otro «gatillazo» me ha convertido en una amante desencantada que espera poco de su compañero de cama. Sin embargo, no creo que sea esa la causa más importante. La verdadera razón de ese aparente desapego es que he incorporado las citas electorales a mi cotidianidad, un hecho frecuente, que se repite cada dos años, y que dure mucho más. Ahí está la clave: bendita normalidad que, en España, se puede votar o no votar, eso lo elige cada uno de los ciudadanos y ningún dirigente. Afortunadamente. Hasta otra...
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