Cataluña

El debate del acueducto por Josep Maria Rañé

La Razón
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Como el Guadiana, aparece y desaparece. Cada vez que las fiestas del 6 y el 8 de diciembre se sitúan entre semana, y se genera la posibilidad de un «acueducto», reaparece el debate sobre las fiestas laborales intersemanales. Si a ese hecho se le suma el disfrute de las fiestas navideñas y del inicio del año y periodos de encadenamiento entre ellas, entonces nos encontramos con un diciembre inhábil la mitad del tiempo.

El «acueducto» no provoca trabajar menos horas al año, pero las distribuye peor. Intentar racionalizarlo desplazando algunas fiestas al lunes, puede ser positivo. No es la primera vez que se intenta, pero hasta ahora chocó con algo no racional y emocional: la tradición festiva, popular o religiosa.

La propuesta de la CEOE de Rosell es como él: templada y equilibrada, quizás por ello los sindicatos se han avenido a negociarla y hasta se apunta una posible entente. Pero el acuerdo y la aquiescencia del Gobierno no son suficientes.

La situación es tal que llevaría a don Quijote a exclamar aquello de: «Con la Iglesia hemos topado, Sancho». Porque, aunque pocos lo sepan, las festividades del 8 de diciembre o el 15 de agosto no pueden moverse sin que la Santa Sede se avenga a aceptarlo. La razón no es otra que el hecho de formar parte del Concordato de 1979 entre el Estado y la Santa Sede, que debe ser respetado porque tiene la fuerza obligacional de un Tratado Internacional. Salvo que ambas partes lo cambien.
Esa situación no es suficiente para abortar un acuerdo social que racionalice el calendario laboral, que en estos momentos de crisis, tendría una fuerza moral que hasta el Vaticano debería atender.