Palacio Real
Otra vez Guadarrama por Ramón TAMAMES
El Guadarrama es una de las más hermosas serranías españolas, donde crecen el Pinus silvestris, el Quercus robrus, el acebo, las hayas, amén de fresnos y chopos de ribera. Es parte de una cordillera maravillosa, la Carpetovetónica, a sólo 50 kilómetros de Madrid en su zona central. Un espacio que pusieron en boga primero los reyes de las casas de Austria y de Borbón, que allí fijaron residencias extraordinarias: el monasterio de El Escorial de Felipe II, con sus formidables basílica y biblioteca, y el palacio de Felipe V, en La Granja, con sus jardines al pie del Peñalara. Luego subirían a la sierra los urbanitas madrileños, de la mano de la Institución Libre de Enseñanza.
Guadarrama será próximamente Parque Nacional, a fin de preservar delicias como las que aprecia el viajero en «las siete revueltas», por las que se atraviesa el inmenso pinar de Valsaín para acceder al parador de turismo de San Ildefonso (antigua Casa de Infantes) y luego seguir al de Segovia; regentados, ambos, de mano maestra. Y desde la ciudad del acueducto y dando la vuelta por Torrecaballeros, se cruza por el Puerto de Navafría al valle del Lozoya, en cuyo pueblo de Alameda visitamos a Joaquín, quien ejerce de pulcro y entendido anticuario en la antigua «Venta del Marqués».
Proseguimos luego al Monasterio del Paular, con la inevitable evocación de Pío Baroja, que escribió en el cenobio, entonces semiabandonado; y hoy felizmente recuperado, con la joya de su retablo de alabastro y las imponentes pinturas de Carduccio, traídas de nuevo a su lugar originario tras ser restauradas en el Museo de El Prado. Y tras grato yantar en el refectorio contiguo al Monasterio, con un paseo de tilos que para sí quisiera Berlín, retornamos a Madrid por el Puerto de la Morcuera, cuyos piornos florecen en una gualda luminosa en la primavera, final de viaje hacia Madrid.
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