Juegos Olímpicos

Atenas

Deportistas de playstation

La Razón
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Ha entrado la guardia civil en la sección de deportes como Eliot Ness echaba abajo las puertas de los bares clandestinos de Al Capone durante la ley seca. Y los vecinos, o sea, a los que se llama aficionados y que diríamos telespectadores, se han sentido extrañados: «Ah, ¿pero ahí vendían bourbon?» . «No, señora, sólo despachaban zarzaparrillas y batidos de fresa». Noticias frescas. No es sólo Keith Richards, el delegado del diablo en la Tierra, el que tiene una cita semestral con su cambio de sangre. Son los héroes del récord por el récord y el triunfo por el triunfo. Algunos de los referentes más saludables de la sociedad global, se chutan. Se chutan porque se han ampliado los límites del hombre y a un deportista, tan pequeño ante la inmensidad del estadio televisivo, se le exigen los resultados de un matachín de videojuego. En Atenas había ritual y límite humano; la exigencia actual es que un deportista se reponga como una animación de play station. Al difundir como aislados estos episodios tan indiciarios, se sigue haciendo creer que los (hiper)logros deportivos se consiguen por desayunar Cola Cao:«Lo toma el futbolista para entrar goles/también lo toman los buenos nadadores/ Si lo toma el ciclista se hace el amo de la pista y si es el boxedor (bum, bum), golpea que es un primor». El guitarrista de los Rolling dijo una vez: «Yo nunca he tenido problemas con las drogas. Sólo los he tenido con la Policía». Esta ocurrente negación de la realidad la firmaría hoy cualquier deportista intervenido.