Santander
«Matador» salva un desvelo
Santander. Octava de la Feria de Santiago. Se lidiaron toros de Victorino Martín, desiguales de presentación y hechuras. El 5º, gran toro. El 3º y el 6º, complicados y sin entrega; el resto, bajos de casta pero dejando estar. Casi lleno. Juan José Padilla, de fucsia y oro, estocada caída, aviso, cinco descabellos (silencio); estocada (saludos). Antonio Ferrera, de azul añil y oro, aviso, dos pinchazos, estocada (silencio); estocada delantera, aviso (oreja). Luis Bolívar, de corinto y oro, estocada (silencio); estocada caída (silencio).
La tarde transcurrió espesa, dilatada, taciturna, como si el día playero hubiera quedado a medias, sostenido en el ambiente. Un pie aquí y la mente allá. Placer interrumpido. A pesar del sol, y lo que le ha costado salir, la plaza se llenó. Bendita locura. La corrida de Victorino Martín aguardaba en los corrales. El milagro de la lidia sostenido ante la alimaña. Ese toro tipo del ganadero de Galapagar que asusta al miedo con su resabio. Entre los buenos y los malos reparte Victorino su histórica leyenda. Ayer, se desarrollaba la tarde en paralelo. Los toros de Victorino en general se dejaron hacer.
¿Nobles?¿manejables? Sin demasiados problemas, sin demasiada casta. Costaba encajar a esta divisa en estos parámetros, pero entretanto los toros dejaban estar, sin molestar más de la cuenta, aunque con ese bajío que obliga al torero a afinar los sentidos. Toro a toro nos alejábamos de las grandes emociones. Lidia a lidia. Res a res.
Mucho antes de que esto fuera evidente, cuando apenas comenzábamos la tarde, se puso Padilla a torear como si fuera facilón. En el tercio con una larga cambiada de rodillas, hasta ahí bien. Si se levantó Padilla fue para buscar el viaje del toro, pero hasta seis largas, cambiadas, de rodillas enjaretó sin inmutarse. Despertaron los tendidos, recién llegados; aunque la alegría se acabó por difuminar. Tras las banderillas, entre Padilla y Ferrera, el gaditano resolvió ante un animal que hacía las cosas por abajo y que fue a más, pero con la transmisión justa. Pocas emociones. Claridad mental tuvo para banderillear al cuarto, de dentro para fuera, y en la misma cara clavó. Anduvo correcto con el animal y ni los desplantes de rodillas acabaron por levantar el ambiente.
«Matador» marcó un antes y un después. En el quinto toro de la tarde se acabaron las medianías. Este sí que embistió con motor, largura, brío y moviéndose de verdad. Así fue desde que abandonó la puerta de toriles. El toro devoraba el capote y lo hacía por abajo, pura melodía brava, entregada, clara. No humilló tanto después. Sobresalió Ferrera en las banderillas y construyó una labor esmerada, alargando el viaje del toro, forzándole a ir más allá. Pero en ese mismo camino se ahogaba otro toreo más de disfrutar. Se entregó hasta el final en la estocada que hundió al recibir. Oreja, después de petición, y ovación para un toro importante. La nota de «Matador» valía para salvar del desvelo.
Un aviso escuchó Ferrera antes de entrar a matar al segundo, con el que clavó un par de banderillas por dentro espectacular. La faena al segundo, manejable, en un ir y venir sin dificultades insalvables.
A Luis Bolívar, que fue torero de la casa, le tocó el lote menos propicio. Apenas humilló el sexto, brusco, con otro son, y el tercero, más en sazón pero con guasa. Lo intentó Bolívar, aunque la cosa estuviera ya de espaldas. La monotonía tenía un precio, que liberó «Matador».
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