Irak
En busca del tiempo perdido
Zapatero se arrepiente de no haber pinchado la burbuja inmobiliaria que, según él, le dejó en herencia el gobierno de José María Aznar, y entona un tibio mea culpa por haber reconocido algo tarde la existencia de la crisis económica. El presidente dio a entender el pasado martes, en el debate sobre el estado de la Nación, que quiere terminar la legislatura para poder reencontrarse con el tiempo perdido. Como si fuera posible aplicar la moviola y enmendar tanto error y tanta prepotencia que nos han conducido a la situación de paro, parálisis del consumo interno y descontento general del que disfrutamos los españoles gracias a su gestión. Toda una legislatura pasó Zapatero presumiendo de un crecimiento económico espectacular, y por lo visto entonces, no importaba que las grúas y los andamios inundaran el paisaje de toda España. Con tanta obra en marcha se tomó la decisión genial del «papeles para todos», entre otras genialidades. Nuestro presidente se ha especializado en negar la evidencia y esgrime constantemente excusas de mal pagador para no asumir su responsabilidad. Lo que ocurre, tras los resultados del 22 de mayo, es que ya no cuela. Los dos millones doscientos mil votos de ventaja que los populares les sacaron a los socialistas no son el fruto de un arrebato, de un cabreo puntual. No; en la sociedad española se observa un hartazgo de tanta palabrería y tantas promesas incumplidas y futuribles que nunca se concretan, y eso no parece que vaya a cambiar por mucho que de forma machacona se insista desde el gobierno y sus voceros en que la oposición tiene la misma o más responsabilidad respecto al atasco en el que se encuentra la economía española. El PSOE no le ha dado a Rajoy ninguna oportunidad para que, como dicen ellos, arrimara el hombro. Lo que han querido es usarlo para apuntalar sus políticas erráticas y hacerle así cómplice del desastre. No es la oposición la que tiene una mayoría parlamentaria ni el Boletín Oficial del Estado. El PP no podía, no puede, hacerse corresponsable de los fracasos del Gobierno, entre otras cosas porque su electorado creciente no lo podría digerir con facilidad. Lo cierto es que todo gobierno, cuando se acerca al punto de no retorno, quiere domesticar a la oposición presentándola como desleal ante la opinión pública. Nadie en la ya larga etapa democrática lo consiguió nunca. A Suárez lo machacaron los socialistas y los suyos. A Felipe González, Aznar le puso frente al espejo de sus contradicciones y de la corrupción que marcó los últimos años de su mandato, y a éste Zapatero le llenó las calles de gente vociferante por apoyar la guerra de Irak. Claro que entonces las guerras eran guerras, y no como ahora que nuestros soldados mueren en acciones humanitarias. La verdad es que, de momento, Rajoy esta siendo el más prudente a la hora de agitar las aguas revueltas. Desde luego, el movimiento de los «indignados» no ha sido cosa suya, más bien formará parte del pedazo de marrón que le va a caer encima si, como todo parece indicar, gana las elecciones.
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