San Petersburgo
San Petersburgo: La ciudad inventada por un zar
Construida sobre las marismas del norte por ingenieros alemanes y diseñada por arquitectos italianos, con influencias holandesas, sobre el papel puede parecer que San Petersburgo poco o nada representa la esencia de Rusia. Y así es, pues la ciudad fue concebida por el Pedro el Grande para liberarse de las cortapisas rusas. No en vano, el zar sólo tenía una idea en la cabeza: alejarse del alma y las costumbres de su país, que detestaba, para abrir una ventana a Europa y dejar entrar el aire fresco que fluía desde Occidente. En su novela «El idiota», el escritor ruso Fiódor Dostoievski califica la ciudad de premeditada, pues todo en ella está pensado.
El resultado del capricho del zar es una ciudad refinada, culta y silenciosa, un impoluto paréntesis urbano de románticos canales e inspirados palacios barrocos. Levantada de la nada en la desembocadura del Neva, San Petersburgo regala al viajero largos días de verano y mágicas «noches blancas», esas donde el sol se hunde tímidamente en el horizonte y el cielo mantiene un pálido azul diurno. Es entonces cuando la urbe bulle más alegre y divertida y cuando turistas y locales toman las calles contagiados por lo insólito de este bello fenómeno natural.
Las calles, puentes, canales y malecones dan forma a un monumental laberinto con plazas imponentes, parques diáfanos, amplias avenidas, palacios aristocráticos, esplendorosos jardines y suntuosos edificios de cúpulas doradas creados por y para satisfacer los anhelos de grandeza de un solo hombre. Entre tanto alarde de poder, el mítico museo del Hermitage se convierte en una parada obligada, pues presume de ser el más grande de Rusia, además del palacio de Verano o el teatro Marinski. Pero también merece la pena recorrer las calles transversales y colarse en los barrios populares, en sus bulliciosos mercados y en sus cafés para descubrir el latido de la Rusia del siglo XXI.
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