Bruselas

Sin reajuste

La Razón
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Acaba de aprobarse una reforma de la Constitución que sólo ha provocado las protestas de nacionalistas catalanes y de los sindicatos mayoritarios y que no parece haber inquietado a uno solo de los españoles que aún andan por playas y sierras apurando lo último de las vacaciones. Que la reforma era indispensable tiene poca discusión porque en Bruselas, gracias a ZP, no cree nadie en nosotros y llegaron hace tiempo a la conclusión de que nuestro peor mal era el estado de las autonomías y o lo racionalizábamos y recortábamos el desbocado gasto público o nuestras facturas las iba a pagar nuestra señora madre. Por desgracia, durante décadas, el despilfarro vergonzoso y vergonzante no ha venido sólo de las CCAA, sino también de clases privilegiadas surgidas tras la Transición como es el caso de los cientos de miles de subvencionados que viven a costa del contribuyente. Lógico pues que los nacionalistas catalanes –que tanto han hecho para que la España a la que niegan su condición nacional se convierta además en un estado inviable– o los sindicatos –que representan a menos del diez por ciento de los trabajadores, pero trincan del presupuesto con cualquier excusa– pongan el grito en el cielo. Ambas instancias temen –no sin razón– que si en España el dinero de todos se gasta con decencia y sensatez se les acaben, en todo o en parte, los injustos y carísimos privilegios que llevan disfrutando desde hace décadas. Sin embargo, a pesar de lo obligado de la reforma, no puede pasarse por alto que se ha llevado a cabo sin marcar el límite exacto del gasto público y que, sobre todo y a pesar de todo, el reajuste que necesita la economía para no hundirse sigue sin llevarse a cabo. Ésa y no otra es la opinión de los especialistas dentro y fuera de España aunque procuren, por diversas razones, ponerle sordina en público. Hace apenas unos días me telefoneaba un amigo de años que, tras haber enseñado economía en una universidad del sur de Estados Unidos, se ha dedicado al asesoramiento de gobiernos que, por cierto, han capeado muy bien la crisis. Acababa de regresar de España y estaba horrorizado. Según decía alarmado, en España el funcionamiento de las cajas seguía sin reformarse y además zotes manifiestos situados a su frente se autoconcedían unos sueldos espectaculares e inmerecidos; los políticos se habían marchado de vacaciones como si viviéramos en el mejor de los mundos; la legislación laboral seguía en manos de unos sindicatos que nos han arrastrado a la tasa de paro más alta de Occidente, y doble que la de la quebrada Grecia, y, por encima de todo, pretendíamos mantener un sistema como el autonómico haciendo peligrar así, no sólo el futuro de la sanidad o de las pensiones, sino el del propio orden constitucional. Este verano, nuestra clase política ha cambiado la Constitución sin consultar al pueblo mientras todo sigue, en realidad, igual y sólo se ha engañado a Bruselas por unos días y, mientras el PSOE duda entre echarse al monte o actuar con cordura, muchos aguardan, como aquellos que esperaban a Godot, a que Rajoy arregle todo, pero sin pinchazo y con aguja de goma. Triste panorama mientras el reajuste necesario sigue sin abordarse y la nación se acerca, día a día, hora a hora, al borde del abismo.