Ginebra

La gripe A primera pandemia del siglo XXI fue menos letal de lo temido

La Organización Mundial de la Salud (OMS) levantó en el verano de 2010, un año después de haberla declarado, la alerta por la gripe A, la primera pandemia del siglo XXI que, con un balance final de 19.000 fallecidos, se reveló mucho menos mortal que la gripe estacional.

En poco más de un año, el virus se expandió a gran velocidad hasta llegar a 214 países y territorios insulares.

Pero la alerta mundial lanzada por la OMS tras el descubrimiento del virus AH1N1 (conocido inicialmente como "gripe porcina") en Norteamérica terminó convirtiéndose en un dardo que perjudicó la credibilidad del organismo sanitario ante la opinión pública e incluso ante los gobiernos.

Estos gastaron, de acuerdo a sus posibilidades, presupuestos enormes para adquirir medicamentos (dos antivirales estaban disponibles) y vacunas que les sirvieran para atajar una pandemia que causó mucho pánico y alboroto.

Más allá de su alta mediatización, el impacto real del virus fue mucho más leve que el que cada año tiene la gripe estacional, que se calcula que causa 500.000 muertos en el mundo.

Después de mantener el nivel de alerta pandémica durante catorce meses, la OMS decretó en agosto que el peligro había remitido.

Sin embargo, para entonces hacia ya tiempo que la percepción de que el nuevo virus era una grave amenaza se había diluido.

Las autoridades sanitarias nacionales empezaron a inquietarse por los excesivos gastos en los que habían incurrido en aras de prepararse para lo peor.

Los países más ricos gastaron decenas de millones de euros y, alentados por el principio de precaución, se hicieron con enormes reservas de fármacos y vacunas que no utilizaron y que finalmente caducaron.

De la mayoría de países nunca se tendrán datos exactos de lo invertido en esta pandemia, pero algunos casos concretos pueden dar idea del coste económico de este episodio.

Por ejemplo, poco antes de que la OMS levantara la alerta pandémica, EEUU anunció que había destruido 40 millones de dosis por haber caducado, lo que representaba una cuarta parte de las que había adquirido.

A esa cifra se sumaron otros 30 millones de dosis que se eliminaron después por la misma razón.
En total, el coste de la campaña de vacunación en EEUU fue, al menos, de 260 millones de dólares.

En México, las informaciones oficiales cifran en 354 millones de dólares el gasto que fue necesario para hacerse con reservas de vacunas, mientras que Francia destinó a este fin 870 millones de euros, lo que le permitió adquirir 94 millones de dosis, de las que apenas 5 millones fueron utilizadas.

Las excesivas cantidades adquiridas por los gobiernos se debieron a que la OMS llegó a recomendar la vacunación de poblaciones enteras, un esfuerzo que cayó en saco roto por la desconfianza del público en hacerse inocular una vacuna que había sido elaborada y manufacturada en tiempo récord por los laboratorios.

Paralelamente a la evolución de la pandemia fueron surgiendo las sospechas de connivencia entre la OMS y la industria farmacéutica, que dieron lugar a una sonada investigación por parte de la Comisión de Salud del Parlamento del Consejo de Europa.

Se acusaba a la OMS de haberse dejado influir por las farmacéuticas en sus decisiones sobre la pandemia, una denuncia rechazada una y otra vez por su directora general, Margaret Chan.

Lo cierto es que luego saldría a la luz que algunos de los consejeros de Chan para situaciones de crisis sanitaria habían mantenido anteriormente relaciones de diversa naturaleza con farmacéuticas.

No obstante, la respuesta oficial fue que tales relaciones no ponían en entredicho la independencia de esos científicos en la formulación de sus opiniones.

Los críticos de la OMS esperan que este episodio sirva para evitar nuevos errores en la gestión de futuras emergencias sanitarias.

Ahora queda esperar en 2011 el informe expertos de la OMS para dirimir cómo gestionó esta entidad la crisis de la gripe AH1N1 y, sobre todo, si hubo o no conflicto de intereses.